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21 de la ONU; en 1992 se firmó el Tratado de Maastricht, que impulsaba la integración europea, mientras la OTAN y la UE comenzaban su expansión hacia el este; en 1993 Israel y la Organización para la Liberación de Palestina firmaron los acuerdos de Oslo… La democracia parecía abrirse paso junto al régimen económico liberal. Pero los ataques del 11-S impulsaron a EE. UU. a desencadenar las guerras de Afganistán en 2001 y de Iraq en 2003, que se convirtieron en las más largas libradas por EE. UU. en su historia. Así pues, las potencias occidentales lideradas por la hegemonía norteamericana olvidaron los dictados realistas e, impulsadas por el momento unipolar, intentaron imponer el OIL que, no obstante, lejos de fraguar para quedarse, ha resultado pasajero. EL CAMINO DEL DECLIVE Ya en el año 2005 empezó a resultar evidente que las guerras de Iraq y Afganistán, a pesar del enorme esfuerzo económico, militar y diplomático que suponían para EE. UU. y sus aliados occidentales, distaban mucho de ir alcanzando una solución pacífica y aceptable, mucho menos victoriosa. Además, Washington y sus aliados intentaron forzar cambios de régimen en Libia y en Siria y provocaron otras dos sangrientas guerras civiles que amenazan con desestabilizar el área. El Proceso de Paz de Oslo fallaba estrepitosamente enquistando el conflicto palestino-israelí. Además, los occidentales también proporcionaban apoyo militar a Arabia Saudí (autocracia religiosa) para su intervención en el conflicto de Yemen, lo que contribuyó a aumentar la destrucción y el sufrimiento de la población. Por último, se ha bendecido el nuevo régimen en Egipto (autocracia militar), que llegó al poder tras un golpe de Estado contra el partido islamista democráticamente instalado en el gobierno. Paradójicamente, en vez de extender el orden liberal internacional en esas amplias zonas geográficas, el bloque occidental parece ser el principal responsable de provocar y extender el caos iliberal en ellas. Por su lado, la UE, rutilante estrella de la galaxia democrática-liberal durante los años noventa, está en serios apuros desde la crisis económica de 2008. Sus efectos se sumaron a las sensaciones negativas provocadas en 2005 cuando Francia y Holanda rechazaron la nueva Constitución Europea, y a ellas la ola de euroescepticismo que tomó fuerza tras las llegadas masivas de inmigrantes a Europa pocos años después. Todo ello ha acabado fraguando en un debilitamiento progresivo del proyecto común europeo, cada vez más cuestionado por un número creciente de sus miembros, entre los que aumentan comportamientos políticos alejados de los estándares democráticos, que hace una década nadie osaba cuestionar. La creciente división europea ha aumentado ante los envites de dos grandes potencias, Rusia y China, que no son ni occidentales, ni liberales. En 2014, la integración de Crimea en Rusia tras una exitosa campaña híbrida en Ucrania, que sorprendió totalmente a la OTAN y a la UE, constató el regreso de Rusia a la primera línea del concierto mundial, que utilizó para ello la herramienta militar, como ya hizo en Georgia en 2008 y cuya eficacia para actuar en un teatro geográfico alejado ha quedado demostrada en Siria. Europa vuelve a sentir la amenaza militar en sus fronteras, lo que obliga a la OTAN a rescatar la disuasión y la defensa colectiva. Aun así, entre los Estados europeos existen fisuras y hay quienes buscan un mayor acomodo con Rusia por razones económicas y/o de afinidad cultural. Paradójicamente, en vez de extender el orden liberal internacional en amplias zonas geográficas, el bloque occidental parece ser el principal responsable de provocar y extender el caos iliberal en ellas Tropas rusas durante el asalto a un aeropuerto militar en la ciudad Crimea de Belbek, cercana a Sebastopol. Marzo, 2014


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