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TEMAS PROFESIONALES Presencia en Oriente Próximo e intervención en el conflicto de Siria La intervención rusa en el conflicto de Siria en apoyo del régimen alauita de Al-Ásad, y alineado con las tesis de la muy chiita Irán, puede ser calificada como exitosa. Tanto que probablemente el régimen le deba a Moscú su supervivencia. La confluencia con Irán se debe a la coincidencia de los objetivos geopolíticos de ambos Estados (5) y ha sido un magnífico acicate para atraer a Rusia al primer plano de la geopolítica del mundo musulmán. Cosa que no sucedía desde la Guerra Fría cuando apoyó directa o indirectamente a varios Estados vinculados al Movimiento Baaz. Por otro lado, esa participación también ha sido útil para demostrar las capacidades rusas en las guerras híbridas, lo cual incrementa el respeto —cuando no el temor— que terceros Estados profesan hacia el Kremlin. Pero, por paradójico que pueda parecer, por esos mismos motivos la intervención rusa en Siria puede despertar nuevas suspicacias entre los habitantes de las regiones musulmanas de la Federación Rusa, ya que contienen poblaciones de mayoría sunita que previamente han sido sometidas a procesos de radicalización cognitiva y violenta, como quedó claro tras la experiencia de las dos guerras de Chechenia (1994-1996 y 1999-2009), causantes de las bajas comentadas en el apartado anterior. En este sentido, no puede olvidarse que la relación de la extinta URSS con algunos Estados sunitas, o gobernados por ellos, pasaba por su laicización a través del movimiento Baaz, motivo por el cual en esos mismos Estados, cuyas sociedades están incursas en dinámicas de reislamización, no siempre se ve con buenos ojos al Kremlin. Pero esa mirada más bien escéptica se torna abiertamente crítica cuando Moscú se alinea con los Estados del bloque chiita (6), no pudiéndose descartar que los territorios del Cáucaso ruso causen un efecto llamada para otros islamistas que tras huir de Siria buscan nuevas motivaciones, mirando más a levante que a poniente. (5) El listado de coincidencias entre Rusia e Irán daría para otro artículo monográfico. Pero, a título orientativo, valga citar: la oposición a las primaveras árabes, que son —no lo olvidemos— el origen del conflicto sirio; la conveniencia de blindar a Siria para evitar que los Estados Unidos adelanten sus líneas en la región; la necesidad de seguir empleando a Siria como base avanzada (en un caso como Estado santuario de Hezbolá, y en el otro como anfitrión de bases militares propias); los vínculos en el mercado internacional de los hidrocarburos, así como el apoyo al programa nuclear iraní, además del hecho de que Rusia nunca ha condenado un régimen que en los Estados Unidos está considerado —incluso antes de la constancia del programa nuclear— como rogue o bárbaro. (6) Aunque el caso de Siria es paradójico, a fuer de original, ya que los alauitas constituyen, en todo caso, una secta muy minoritaria y muy heterodoxa, dentro del chiismo. Solamente el 17 por 100 de la población siria profesa esta fe; pero la dinastía Al-Ásad también lo hace, logrando mantenerse en el poder gracias a la gran fragmentación religiosa del país y al apoyo de otras minorías relevantes, como la cristiana (un 10 por 100 con mayoría de ortodoxos). 266 Marzo


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