revista de aeronáutica y astronáutica / abril-mayo 2020
5.ª conferencia de operadores de C-212 267
pies de su cama, disfrutaba con
admiración y envidia contenida
a mis compañeros desfilando.
Antes de que empezasen a
caminar por la emblemática calle
madrileña, desde un avión habían
saltado al vacío dos paracaidistas
con la misión de tomar tierra
a escasos metros de la tribuna
presidencial, donde el rey Juan
Carlos I aguardaba en posición
de firmes a que llegara la enseña
nacional, que era portada por
estos intrépidos
paracaidistas.
El avión
responsable
de este
lanzamiento
era un C-212
Aviocar, y
recuerdo como mi
ignorancia aeronáutica
me llevó a sorprenderme
por el hecho de que un
aeroplano tan pequeño, en
comparación con el resto de los
de transporte aéreo táctico militar
que desfilaban ese día (CN-235,
C-295 o el mítico Hercules),
llevara a cabo tan importante
misión, por lo que no pude evitar
sonreírme, mirar a mi tío y decirle:
—¿Qué te parece? ¿No había un
avión más pequeño?
Mi tío, que apenas había
articulado palabra alguna durante
el transcurso de la mañana, se
incorporó y me dijo algo que ha
marcado profundamente mi forma
de concebir la aviación desde
entonces:
—Jorge, no caigas en el profundo
error de pensar que existen
aviones pequeños. Cualquier
elemento que te ayude a
separarte dos metros
de la tierra, y te
haga
percibir el
mundo desde la tercera
dimensión, merece un respeto
extraordinario. Cada avión tiene
una utilidad distinta para la que
ha sido concebido y sirve con
orgullo las misiones asignadas.
Sin embargo, sí que existen los
pilotos pequeños, y no tiene nada
que ver con la estatura de los
mismos. Los pilotos pequeños
son aquellos que menosprecian
grandes aviones. No cometas la
tremenda estupidez de ser uno de
ellos.
Ante tal afirmación no tuve más
opción que asentir, callarme, y
aceptar que ese día había sido
un piloto pequeño, pero que
desde entonces no volvería a
menospreciar un avión.
Pero el karma no espera a nadie,
y algo menos de cinco años
después, a la vez que recibía mi
despacho de teniente del Cuerpo
General del EA, me enteraba
de mi primer destino, la Escuela
Militar de Paracaidismo Méndez
Parada, en la que se operaban (y
aún operan) aquellos aviones que
yo había menospreciado.
Ahora, otros cinco
años
después, el
encargado de realizar
ese lanzamiento paracaidista
con el que se da inicio al desfile
del día de la Fiesta Nacional
será el mismo que lo cuestionó
entonces, y desde el mismo avión.
Es por ello por lo que es mejor
no aventurarse mucho a pensar
donde estaremos dentro de diez
años.
Nueva cabina del C-212 Phoenix