disuasión ya mencionado: un ejército
poderoso intimida y persuade a otro
más débil para no emprender la agresión.
La disuasión, como medio para
evitar la guerra, también legitima la
existencia de los ejércitos.
La milicia
también se
justifica por su
participación en
la construcción
de la paz, una
vez superado el
conflicto
Finalmente, la milicia también se justifica
por su participación en la construcción
de la paz, una vez superado
el conflicto, junto a otras dimensiones
sociales: económica, educativa,
cultural, mediática…
Hasta la fecha no se ha logrado erradicar
ni la violencia ni la injusticia del
mundo. El ejército puede acabar una
guerra, pero hacerlo con la violencia
generalizada es misión de la sociedad
en general y de sus dirigentes en particular4.
A pesar de ello, la conciencia
colectiva progresa y las reglas de enfrentamiento
mejoran.
LEGITIMIDAD DE LA
CONDUCTA
La lealtad del militar al Estado, aunque
es prioritaria sobre la obligación
con la profesión, no puede desligarse
del servicio a los ciudadanos.
Un militar embriagado de poder, al que
el Estado legitima, puede caer en la tentación
de ejercer ese poder sin restricción
alegando su necesidad para servir
mejor a los intereses del Estado. El filósofo
y profesor Manuel Davenport5 es
rotundo al afirmar que «los militares deben
distinguir entre los intereses de su
Gobierno y los de la humanidad,
priorizando estos últimos, ya que todos
pertenecemos a una humanidad común,
todos tenemos el mismo derecho
al respeto a la vida y a la dignidad».
El militar puede verse obligado a tomar
decisiones que afecten a la vida
de otros seres humanos, además de
a la propia. Obedecer implica cumplir
las órdenes recibidas y tener en cuenta
además el criterio moral. No existe
obligación de cumplir una orden que
comporte un acto inmoral; es más,
el militar ha de supeditar el deber de
obediencia a los valores morales, ya
que, por encima de cualquier otra consideración,
6 / Revista Ejército n.º 952 • julio/agosto 2020
ha de respetar el Derecho
humanitario. La razón es evidente: antes
que militar, el soldado es ser humano.
Toda actuación que viole este
derecho, incluso en tiempo de guerra,
priva de legitimidad el uso de la fuerza
que la sociedad atribuye al militar.
No obedecer una orden contraria al
Derecho humanitario es un derecho
y un deber que las Constituciones de
los Estados y las normativas de los
ejércitos occidentales recogen, admitiendo
la objeción de conciencia selectiva,
es decir, la oposición a implicarse
en actos contrarios a derecho.
Nuestras Reales Ordenanzas así lo recogen;
concretamente, el artículo 48
fija los límites de la obediencia y el 49
la objeción sobre las órdenes recibidas,
aunque dejan claro que «si su incumplimiento
perjudicase a la misión
encomendada, se reservará la objeción
hasta haberla cumplido».
Lo opuesto a la objeción de conciencia
selectiva es el seguidismo, es decir, la
ausencia de juicio respecto a las órdenes
recibidas, aunque sean contrarias
a la moral, motivada por la adhesión
irreflexiva a una ética obsoleta o
al miedo a perder el favor del jefe. El
seguidismo no exime de la responsabilidad
de los actos.
El arribismo al que algunos profesionales
se entregan, para los cuales es
prioritaria la promoción personal antes
que la excelencia en el trabajo, no
debe ser fomentado por la institución.
La importancia del concepto personal
en las evaluaciones anuales podría
promover de forma indirecta conductas
arribistas.
EVOLUCIÓN DE LOS VALORES
MILITARES
El militar de hoy no puede ignorar la
realidad social y la popularidad de que
gozan en nuestros días actitudes derivadas
de corrientes de pensamiento
tales como el pacifismo, el relativismo
y el aun más radical nihilismo, que dificultan
la vigencia de los principios y
valores propios de la ética militar. El
pacifismo, que, como ya se ha tratado,
parte del error de que para evitar las
guerras basta con la supresión de los
ejércitos y las armas, ignora que la violencia,
mientras no exista un remedio
alternativo, no se puede erradicar sin la
fuerza. El relativismo niega la existencia
de valores objetivos y universales y afirma
que estos son fruto de la situación,
la cultura o los sentimientos propios. Y,
finalmente, el nihilismo se opone a todo
principio, autoridad o dogma, ya sea religioso,
político o social.
Detrás de la crisis de valores están la
precaria salud de los deberes y la tendencia
hedonista de la sociedad6, que
limita los valores a aquellos que satisfacen
los deseos. Se reclama el derecho
a todo, especialmente a lo que
exime de los deberes.
Hasta el momento, todo ideal acerca
de la vida humana entraña la asunción
de un sistema de valores que garantice
la convivencia y la paz. Una educación
sin valores provoca una sociedad
cuya estabilidad puede verse alterada.
El Estado y los medios de comunicación
pública tienen responsabilidad
en la educación y la cultura social. No
Manuel Davenport (EE. UU.), filósofo