A la memoria del general consejero togado D. Manuel Ortiz Calderón
Y, efectivamente, Manuel Ortiz estaba en posesión de las condiciones
extraordinarias para navegar por aquellas procelosas aguas y ganarse la con-fianza
de los sucesivos mandos de la Armada. Ascendido ya a coronel auditor
desempeñó con acierto el ingrato cometido de jefe de la Sección del Cuerpo
Jurídico, logrando la increíble unanimidad entre los compañeros afectados,
que rimaban: «Con Ortiz, el Cuerpo Jurídico está feliz». Aunque su modestia
le hacía comentar con gracia: «No, los pareados los hacen con Calderón».
Ascendido muy joven a general auditor (48 años), después de una bre-ve
estancia en la Asesoría Jurídica del Ministerio de Defensa, fue nombra-do
director de Justicia de la Armada y, ya como general consejero togado,
desempeñó el cargo de asesor jurídico del Cuartel General de la Armada,
donde su auctoritas marcó una época de singular prestigio profesional.
Más tarde, en situación de reserva aportó su experiencia y buen consejo al
Instituto de Historia y Cultura Naval.
Pero, siendo relevante su preparación jurídico-militar, nada hubo en
Manuel Ortiz que pudiera rivalizar con sus extraordinarios valores mora-les,
por los que siempre habrá de ser recordado. Destaco, en primer lugar,
la ética en el trabajo. Como San Juan Pablo II escribió en su carta encíclica
Laborem Exercens (14 de septiembre 1981) no hay duda de que el traba-jo
humano tiene un valor ético, es un bien del hombre que «se hace más
hombre» por la virtud de la laboriosidad. Durante su dilatada existencia el
general Ortiz nos dio ejemplo ejercitando la obligación moral del trabajo.
Y, al lado del compañerismo y la cordialidad que emanaba de su ca-rácter
abierto, la fidelidad como actitud de la persona que no traiciona la
confianza en ella depositada y la paciencia que, como escribió Rafael Na-varro-
Valls, es el arma más poderosa en el arsenal de los verdaderos líde-res.
Podemos añadir en referencia a nuestro amigo: la paciencia es amarga,
pero son dulces sus frutos.
Por último, la bondad fue la virtud que mejor caracterizó a Manuel
Ortiz Calderón. Parafraseando un epitafio que me impresionó en mi visita
a la Basílica de la Santa Croce en Florencia (Italia) puedo afirmar al recor-darlo:
Tanta bonitas nullum par elogium (Ningún elogio podrá alcanzar la
bondad de este hombre).
No puedo finalizar sin expresar mi condolencia a su admirable esposa
Cristina Iglesias-Ussel Leste, hijos y familia, a quien nos unimos en estos
momentos desde la memoria entrañable de los compañeros del Cuerpo Ju-rídico
y de la Armada.
José Luis Rodríguez-Villasante y Prieto
General consejero togado ®
Revista Española de Derecho Militar. Núms. 111 y 112, enero-diciembre 2019 11