internacional
Keïta, del partido Rassemblement pour Malí
(RPM), que había llegado al poder en
2013 precedido de fama de honrado y
con un muy alto grado de popularidad,
no había conseguido grandes avances en
sus siete años en el poder.
Malí no tendría que ser un país pobre.
Es el tercer productor de oro del
continente y el décimo a nivel mundial.
Posee depósitos de bauxita, manganeso,
hierro, uranio y petróleo (cuya producción,
obviamente, está muy mediatizada
por la guerra desde 2012). Sin embargo,
Keïta, no ha conseguido en este segundo
mandato mantener un mínimo control
sobre el país y su gobierno ha sido muy
cuestionado en la calle con algunas de las
mayores manifestaciones que han tenido
lugar en Bamako.
Las tensiones son múltiples. Por un
lado, la convergencia en el país de las
franquicias de Al Qaeda
y del Estado Islámico (hay
quién piensa que esta podría
ser la región en la
que se intentaría reagrupar
tras prácticamente
desaparecer en Oriente
Próximo), con sus diferentes
interpretaciones de
la religión y, sobre todo,
de la forma de imponer
el Califato. Por otro, los
odios tribales y étnicos entre
los grupos sedentarios
y los nómadas, exacerbados
por un crecimiento incontrolado
de la población
y unos recursos menguantes
en función del avance
del desierto.
La desesperación causada
por la pobreza y la
Militares golpistas contra el presidente Keïta recorren las calles de
violencia empuja a la juventud a integrarse
en los grupos terroristas más radicales
o a buscar una salida de la mano
de las mafias de tráfico de personas que,
como los esclavistas de antaño, cruzan
el desierto con su mercancía buscando
la costa. Naturalmente, terroristas y
traficantes comparten las mismas rutas
y, muchas veces, encuentran sinergias
en sus actividades.
Malí necesita ayuda para desarrollar
sus capacidades, pero para ello precisa
recuperar un entorno seguro para los
negocios y la vida misma. Sin embargo,
buena parte del centro del país se ha
vuelto ingobernable por la presencia de
los terroristas y el número de desplazados
internos se ha multiplicado por
cuatro en los dos últimos años. Amén
de los refugiados en los países vecinos
y aquellos que decidieron emprender el
incierto camino hacia el Mediterráneo.
Para ello, la ayuda tiene que enfocarse
de tal manera que no cree dependencia
de los donantes, sino que sirva de base
sobre la que la misma sociedad maliense
construya su futuro. Una sociedad que
tendrá que contar con sus mujeres y sus
jóvenes, y que tendrá que fortalecer sus
tradiciones —como ha hecho, por ejemplo,
Senegal— para evitar ser fácil presa
de movimientos radicales.
El Ejército maliense, con una gestión
que algunos ven como partidaria,
se ha visto desbordado en esa misión.
La Unión Europea, con Francia a la
cabeza, ha puesto en marcha varias
Bamako el pasado 20 de agosto.
iniciativas para apoyarle. EUTM Malí
pretende proporcionar formación, la
Fuerza Conjunta G5-Sahel aspira a eliminar
la impunidad trasfronteriza y la
Operación Takuba implica a fuerzas
europeas en el acompañamiento de las
misiones.
La presencia de las fuerzas estadounidenses
de AFRICOM ha jugado, hasta
ahora, su papel en la región, pero su
continuidad está siendo cuestionada por
el presidente Trump (se estima en 1.400
efectivos las fuerzas estadounidenses en
el conjunto del Sahel. Entre ellas habría
unidades de operaciones especiales y
dos bases de drones en Níger). Por otro
lado, tanto Rusia como China asoman
cada día más en una zona que puede
convertirse en uno de los polos de competencia
mundial a medio plazo.
Sin embargo, para Europa, el Sahel
no es una operación más, ni un escenario
remoto en el que librar batallas
del gran tablero geopolítico. La franja
saheliana debe estar entre las principales
preocupaciones de la Unión pues
un derrumbamiento de la frágil gobernanza
local, aparte de provocar una inmensa
catástrofe humanitaria, lanzaría
ondas de inestabilidad que alcanzarían
de lleno a Europa. Ahora mismo también
se configura como una prueba de
concepto de la capacidad y la voluntad
europea para asumir mayores responsabilidades
en cuestión de seguridad y
defensa. España está en primera fila en
este frente y, por lo tanto, directamente
afectada. Hay un deber de
solidaridad y, por supuesto,
de prevenir amenazas a
nuestra seguridad antes de
que lleguen a convertirse
en incontrolables.
En este sentido, la ministra
española de Defensa
Margarita Robles participó
el pasado 2 de septiembre
en la reunión que por videoconferencia
mantuvieron
los países miembros de
la Coalición para el Sahel
(Francia, Bélgica, República
Checa, Canadá, Estonia,
Grecia, Italia, Noruega,
Portugal y Suecia además
de representantes de la UE
y la ONU). Durante su intervención
—el encuentro
tuvo como protagonista
H. Diakite/EFE
la crisis de Malí— Robles destacó «la
importancia de que la comunidad internacional
mande un mensaje de unidad
en defensa de la democracia» y tras recalcar
«el peligro de que las organizaciones
terroristas que operan en la zona
aprovechen la situación amenazando
la paz y la estabilidad» insistió en «el
compromiso de España con el pueblo
de Malí», que, de manera concreta, se
materializa en nuestra contribución a
la misión de adiestramiento que la UE
desarrolla en este país.
Ángel Gómez de Ágreda
Coronel jefe Área de Análisis
Geopolítico SEGENPOL
Septiembre 2020 Revista Española de Defensa 51