EL FARO
(The Lighthouse, Robert Eggers, 2019)
A vueltas con los faros —si recuerdan los
seguidores de esta sección, hace unos pocos
meses hablábamos de El misterio del faro de
Kristoffer Nyholm—da la impresión de que
se hayan puesto de moda, últimamente, las
películas de esta singular temática; como si el
estreno de filmes, como el que hoy nos atañe,
unas pocas semanas antes de que se decretase
el estado de alarma, fueran una especie de
premonición del confinamiento impuesto por
las autoridades.
Porque El faro, el segundo largometraje
de Robert Eggers, es una vuelta de tuerca más
al argumento base de este subgénero: dos
fareros, uno experto, el otro novato, se internan
en una isla durante su turno de cuatro
semanas para cuidar de la torre y de sus instalaciones.
Los caracteres enfrentados, y un
temporal que impide que sean relevados,
provocan un inevitable y trágico final.
Idénticas premisas, por tanto, entre la
cinta de Nyholm y la de Eggers. Si bien,
ambas poseen muchos más elementos en
común (la tensión creciente entre los fareros,
el oscuro pasado de ambos, los signos de mal
agüero, la pertenencia de la película al thriller,
pero rozando el terror, etcétera), se nos
antoja mucho más estilizada en la forma, y
más profunda en el fondo, y, en fin, de mayor
calidad, la segunda que la primera.
En efecto, para filmar El faro, Robert
Eggers huye de las pantallas panorámicas
actuales y se retrotrae a la época en la que se
acababa de implantar el sonoro, en concreto a
los filmes que se realizaban en la República
de Weimar. Emulando a Fritz Lang o G.W.
Pabst, el director norteamericano utiliza una
imagen casi cuadrada —para acentuar la
puesta en escena claustrofóbica— usa la fotografía
en blanco y negro (nominada al Óscar)
y se vale de unos decorados tan expresionistas
como los que manejaban aquellos autores
europeos. Una estilización extrema que
recuerda a títulos también deudores de la
escuela germana como La noche del cazador
(The Night of the Hunter, Charles Laughton,
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