perspectiva
UN ALFABETO que nos une
Los ejércitos de los 30 países de la Alianza Atlántica utilizan
el mismo código fonético para deletrear palabras con
independencia del idioma utilizado
UNA fuerza militar,
por muy
entrenada y cohesionada
que
esté, siempre va a precisar
una dirección clara que permita
la maniobra necesaria
en el momento oportuno
para alcanzar los objetivos.
Podríamos retroceder
hasta las falanges macedonias
o las legiones romanas
para encontrarnos con ejemplos
de cómo las órdenes
se daban a los ejércitos en
pleno combate. Uno de los
grandes líderes militares que
entendió la importancia de
las transmisiones fue Gonzalo
Fernández de Córdoba
Juan José Crespo Esbert
Teniente coronel de Transmisiones
La necesidad de claridad en los mensajes radiofónicos provocó la
adopción de los primeros alfabetos para el deletreo de palabras.
quien, a comienzos del siglo XVI, instauró
un sistema de toques de tambor
para dirigir a sus Tercios. Tan importante
era para el Gran Capitán tener esa
herramienta de «mando y control» sobre
su ejército que dictó una orden en la que
prohibía a los heridos caídos durante la
batalla que se quejaran o gritaran de dolor,
pues aquellos alaridos impedían que
los toques llegaran de manera limpia a
sus huestes. Las comunicaciones necesitan,
forzosamente, claridad.
ALFABETO FONÉTICO COMÚN
En 1865 se reunieron en París 20 países
—incluida España— para coordinar a
nivel internacional distintos aspectos de
la telegrafía. Era una época en la que la
transmisión por cable era predominante,
sin embargo, la falta de legislación y
de coordinación entre países lastraba el
desarrollo de aquella nueva ciencia: las
líneas de cable debían cruzar fronteras
y océanos, con unas normas comunes y
unos objetivos claros.
Aquella primera reunión demostró
la importancia de una regulación internacional
y fue el origen de la «Unión
Internacional de Comunicaciones» que
se creó aquel mismo año estableciendo
su sede en Suiza.
Este organismo fue creciendo, no
solo en países miembros, sino sobre
todo en cuanto a estandarización de
procedimientos en telegrafía,
primero, y en radiotelegrafía,
después, conforme
se avanzaba en esta ciencia.
En 1920 adoptó una de sus
decisiones más emblemáticas
e importantes como se
vio a continuación: establecer
un alfabeto fonético
común, una manera específica
y única para referirse a
cada letra. De esta manera,
al comunicarse por radio
con independencia del idioma,
no habría dudas al deletrear
un nombre o dar las
coordenadas de un mapa.
Los trabajos duraron varios
años hasta que en 1927
se decidió usar nombres de
OTAN
países y ciudades conocidas:
Amsterdam, Baltimore, Casablanca,
Denmark, Edison, Florida, Gallipoli, Havana,
Italia, Jerusalem, Kilogramme, Liverpool,
Madagascar, New York, Oslo, Paris,
Quebec, Roma, Santiago, Tripoli, Uppsala,
Valencia, Washington, Xanthippe, Yokohama,
Zurich.
A finales de 1941, al verse abocado
EEUU a la II Guerra Mundial tras el
ataque sufrido en Pearl Harbor, la Armada
y el Ejército estadounidenses establecieron
un alfabeto fonético común.
La coordinación entre los buques y las
fuerzas terrestres —clave en las operaciones
de desembarco— pronto mejoró
con este nuevo alfabeto compartido,
64 Revista Española de Defensa Diciembre 2020