32 ISABEL BUENO BRAVO
los que el tlatoani participaba. El estado también gravaba algunas mercancías
que se vendían en él, con importantes impuestos. Además, proporcionaba
protección militar a las caravanas comerciales y exigía a sus tributarios
adquirir en los mercados aquellos productos que no producían pero que sí
debían tributar.
Mercado de Tlatelolco
Por la descripción que ofrece Hernán Cortés11 sabemos que el mercado
de Tlatelolco era inmenso «dos veces la ciudad de Salamanca», por donde
pasaban diariamente más de 60.000 «ánimas comprando y vendiendo»
toda clase de mercancías imaginables. Aunque la variedad de alimentos era
enorme, es cierto que no tenían animales grandes para consumir proteínas.
Comían aves, pescado, perros pequeños que criaban para su consumo y algunos
insectos que repugnaron a los europeos como saltamontes, hormigas
o gusanos, que todavía se consumen. Aunque en la década de 1970 surgieron
algunas teorías antropológicas que se centraron en la falta de proteínas para
explicar los sacrificios humanos y el canibalismo ritual, estudios posteriores
demostraron que la alimentación mexica estaba equilibrada con la carne de
las aves, pescado e insectos y el uso de plantas como la espirulina. Esta alga
crecía abundante en el lago y tiene una cantidad de nutrientes esenciales y
proteínas equiparables a la de la yema de huevo.
Además de mercancías ofrecía una serie de servicios como comida
preparada para comprar y llevar o casas donde dan de comer y beber por
precio12. También barberías y herbolarios donde se podían encargar medicinas
que combatían problemas intestinales, estomacales, relacionados con el
embarazo, el insomnio, la ansiedad, la epilepsia y un largo etcétera.
Un espacio por el que pasaba diariamente tanta gente y se movía todo
tipo de productos es de suponer que al final del día acumularía una gran cantidad
de basura y suciedad. Era entonces cuando entraba en acción el equipo
de limpieza. Los residuos se reciclaban a las afueras de la ciudad. Sabemos
por Bernal Díaz del Castillo13 que por toda la ciudad había aseos públicos
«hechos de cañas o pajas o yerbas porque no los viesen los que pasasen por
ellos, y allí se metían si tenían ganas de purgar los vientres porque no se
11 CORTÉS, Hernán: Cartas de Relación de la Conquista de México. Ed. Mario Hernández
Sánchez Barba, Dastin, Madrid, 2000, segunda carta de relación, pág. 139.
12 CORTÉS, Hernán: Cartas de Relación de la Conquista de México. Ed. Mario Hernández
Sánchez Barba, Dastin, Madrid, 2000, segunda carta de relación, pág. 139.
13 DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
Ed. Miguel León Portilla, Dastin, Madrid, 2000, 2. vols, I, cap. XCII, pág.: 331.
Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2020, pp. 32-60. ISSN: 0482-5748