LOS AZTECAS ANTES DE 1519 37
Efectivamente, a la religión mexica no le importaba cómo era tu comportamiento
en esta vida, porque para castigar las malas acciones ya estaban
los códigos de leyes. Lo verdaderamente importante era la forma física en
la que morías. Para ajustarse a esta circunstancia la religión ofrecía destinos
diferentes.
Vida de ultratumba
Para el hombre mexica vida y muerte formaban parte de esa concepción
dual que impregnaba todo su mundo, era principio y fin, aurora y ocaso.
Como hemos comentado, los mexicas no tenían asegurado dónde morarían
tras la muerte hasta el último momento. Porque al ser sus leyes quienes
castigaban lo delitos durante la vida, la muerte era un destino “last minute”.
Por lo tanto, a la hora de morir no importaba si habían sido “buenos” o
“malos”. En este sentido, para la doctrina cristiana fue difícil cambiar esta
idea y hacerles comprender que el destino del difunto estaba asociado al
comportamiento en la vida.
El destino más corriente era el Mictlan, el lugar de los muertos, gobernado
por Mictlantecuhtli. Allí viajaban todos los que morían de muerte
natural. Para llegar había que superar nueve difíciles pruebas en cuatro años.
Para ayudar a los difuntos a llegar a su meta, los familiares repetían las honras
fúnebres cada 80 días, durante esos cuatro años.
El segundo destino era el Tonatiuh ilhuicac o cielo del sol. Estaba
reservado para los guerreros muertos en combate y las mujeres fallecidas en
el parto. Durante cuatro años acompañaban al dios Sol y pasado ese tiempo
se convertían en aves de pluma rica. Este destino implicaba una forma de
retorno al mundo que no aparece en los otros reinos de ultratumba.
El tercer destino era el cielo de Tláloc, el dios de las aguas. En su
Tlalocan recibía a todos los que habían tenido una muerte relacionada con
el agua: ahogados, fulminados por el rayo o a causa de enfermedades conectadas
con el agua (hidropesía, lepra, sarna, gota o bubas). Naturalmente,
los sacrificios a este dios se hacían ahogando a la víctima para asegurar que
llegaban a su destino. La otra peculiaridad es que los difuntos que iban al
Tlalocan no eran incinerados, sino inhumados.
También estaba previsto qué pasaba con los niños que morían antes
de haber comido maíz. Les esperaba a un lugar llamado Chichihuaquauhco,
“el sitio del árbol nodriza”, un árbol que podemos ver representado en
algunos códices, donde se observa que en sus ramas en lugar de fruta había
pechos para amamantar a los pequeños, mientras esperaban una segunda
oportunidad para regresar al mundo de los vivos.
Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2020, pp. 37-60. ISSN: 0482-5748