48 ISABEL BUENO BRAVO
la hormiga que mordía la carne, atenazando ambos lado. En ese momento
el médico separaba el cuerpo de la hormiga y la cabeza se quedaba fija, actuando
como una grapa.
El cardiólogo también era un buen especialista porque la extracción
del corazón era el sacrificio más practicado. Este hecho les permitió tener un
excelente conocimiento del órgano. Distinguieron el dolor precordial, las
modificaciones en los caracteres del pulso, la hemoptisis (expectoración de
sangre de la tráquea, bronquios o pulmones), el catarro común, la neumonía,
la bronquitis, la tuberculosis, el labio leporino.
En una sociedad en la que la natalidad era importante para alimentar
la cantera de guerreros, no faltaba el pediatra o Atlan Tlachixqui. Tenía una
forma curiosa de diagnosticar las enfermedades infantiles al examinar el reflejo
de la cara del niño en un recipiente con agua para descubrir el mal que
le aquejaba. Dado que sabemos, por algunos códices, qué tipos de castigos
recibían los niños, según su edad, es de suponer que estos médicos estarían
especializados en curar los problemas producidos al aspirar picante o en
quitar las espinas de maguey.
La medicina generaba una pujante economía tanto en el mercado
como en la práctica individual. En el mercado había casas que eran farmacias
donde se podían comprar jarabes preparados, pomadas y apósitos.
Los Papiani-Panamacani vendían las hierbas medicinales y los remedios
ya elaborados. Especialmente demandados eran los antiofídicos elaborados
con tabaco y maguey. Tras la conquista, los españoles fueron fieles clientes
de este antídoto, porque México era y es el lugar del mundo con mayor variedad
de serpientes venenosas.
Además de la eficacia de los médicos y curanderos los hábitos higiénicos
de los mexicas, tanto personales como en la limpieza de la ciudad,
contribuyeron decisivamente a la buena salud del conjunto de la población.
Una de las medidas sanitarias públicas consistía en mantener limpia el agua
potable que llegaba, a Tenochtitlan, a través de un caño doble, de tal forma
que la cañería en servicio siempre estaba en perfecto estado de limpieza.
Cuando Cortés sitió Tenochtitlan ordenó inutilizar el acueducto. Cuando se
reconstruyó la ciudad, tras la victoria, los españoles sólo dejaron operativa
una de las cañerías, provocando enfermedades gastrointestinales entre la
población.
Los mexicas mantenían la pureza del agua con unos pequeños anfibios
conocidos como ajolotes que de manera natural se comían las impurezas del
agua, así siempre disponían de agua potable. Ésta llegaba directamente al
interior de los palacios, donde había letrinas que tanto llamó la atención de
Bernal Díaz, que también recoge el dato de las letrinas públicas en la ciudad
Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2020, pp. 48-60. ISSN: 0482-5748