ALEJANDRO ANCA ALAMILLO
El accidente21
Al día siguiente, en una de aquellas tardes luminosas y plácidas estivales
de las que tanto disfrutaba la reina22, fue cuando se produjo la tragedia.
El Infanta Isabel se encontraba fondeado, levantando la presión a sus
máquinas, al abrigo de la isla de Santa Clara. Desde el Palacio de Miramar,
Morgado, que se encontraba allí con objeto de despachar con María Cristina,
contemplaba con la ayuda de unos anteojos la salida de los buques, fijándose
en el Vasco Núñez de Balboa, que ya se había puesto en movimiento y embo-caba
la salida de la bahía.
En ese preciso instante (17:20 h), en el interior del Infanta Isabel se hundía
el cielo del horno de una de sus calderas de proa, situada en su costado de
babor, por lo que, percatado uno de los fogoneros de ello, avisó al primer
fogonero, quien ordenó que se abrieran los grifos, sucediéndose a continua-ción
una explosión que abrió un boquete de unos 60 cm, por el cual escapó el
vapor a una presión de 65 libras, causando quemaduras muy graves a cuatro
fogoneros y de distinta consideración en manos y piernas a otros 23 hombres
al salir también el vapor por una escotilla de cubierta23. Gracias a que las otras
tres calderas estaban incomunicadas entre sí, la catástrofe no fue mayor. De
inmediato bajaría a máquinas el 2.º comandante (Herranz) para evaluar la
situación.
Desde la distancia se observó cómo del barco salía una gran columna de
humo, y fue al disiparse esta cuando se hicieron señales desde su bordo y se
comunicó erróneamente24 por señales, que habían estallado los tubos de las
calderas. También se informó de que cuatro miembros de su dotación estaba
(21) En la cámara de oficiales del buque se colgó un retrato fotográfico de la infanta, a
cuyo pie iba la siguiente leyenda: «Al crucero de su nombre dedica este recuerdo, deseándole
siempre gloria y suerte. Enero 1886. Isabel de Borbón».
(22) Fue a partir de 1887 cuando María Cristina puso de moda los veraneos en San Sebas-tián.
Aunque era poco dada a las aventuras marítimas, sí le gustaba mucho, de cuando en cuan-do,
navegar por la bahía a bordo del escampavía Guipuzcoana, en el que bogaban los mejores
remeros donostiarras..
(23) Soldado de Infantería de Marina Juan Peleteiro, que fue el más afectado, pues estaba
en la boca de la escotilla con quemaduras graves; soldados artilleros Salvador José Palmeiro y
Ramón García; marineros Pedro López Álvarez, Domingo Baravelo, Manuel Rodríguez Cañas,
Amaro Esteban, José Rodríguez Pita de Cervantes, José Jerez Caballero, Manuel Méndez Pérez
y Ramón García Baños; fogoneros Ángel Naque Rodríguez, José Rodríguez Gil, Alfonso
Gallego Martínez, Manuel Méndez Pérez, José Pérez Caballero, José Francés Roig, Vicente
Lacamba Pérez, Isidro Amaller, Juan Quintela, José Vega Castrejana, Ginés Valero, José
Rodríguez, Nicolás Nofuentes (falleció el día 14) Isidoro López (que finalmente, como hemos
indicado, falleció) y Bartolomé Díaz del Río (fallecido tres días más tarde, como contaremos);
y el mayordomo Ambrosio Bilbao. Si tenemos en cuenta que la real orden de 12 de julio de
1881 estableció que la plantilla del personal de máquinas de estos buques quedara fijada en un
primer maquinista, dos segundos, un tercero, un cuarto, tres ayudantes de máquinas, seis fogo-neros
de primera y trece de segunda, vemos que casi todos los fogoneros resultaron afectados
por el siniestro.
(24) Fruto de la confusión propia de los primeros momentos pero, como hemos apuntado,
la causa fue otra.
44 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 150 (2020), pp. 33-48. ISSN 012-467-X