>> Nuestros Legionarios
B R I G A D A D A V I D F E R N Á N D E Z A L V E S
M I P A S O P O R L A L E G I Ó N
Nada me hacía pronosticar hoy la llamada
de un gran compañero legionario,
y mucho menos el honor y la satisfacción
de pedirme que escribiera un artículo
para esta publicación. Espero no
desmerecer su confianza.
¿Cómo abordar el relato de mi paso por
la BRILEG? Prefiero no hablar de los
aspectos más técnicos o tácticos de la
profesión, ni de la historia de La Legión,
temas ampliamente tratados por otras
personas, y bastante conocidos por todos.
He decidido centrarme en sensaciones
y sentimientos, puesto que a fin
de cuentas estos llenan nuestras vidas,
y no los calibres, alcances y demás.
Me incorporé al Ejército de Tierra como
voluntario especial, a la temprana edad
de 17 años. Ya por aquel entonces solicité
destinos en los Tercios, pero los
avatares de la vida me llevaron por otro
camino. Así que, cuando siete años
más tarde me entregaron mi despacho
de suboficial, no tuve dudas al respecto.
En el año 2000 me uní por fin a La Legión,
siendo mi primer destino de sargento.
Fue en la 1ª Batería del Grupo
de Artillería de Campaña. Allí comenzó
mi periplo por casi todos los puestos
tácticos posibles, y tres de las baterías
del Grupo hasta que en 2009 fui destinado
por voluntad propia al Regimiento
de Artillería nº 63 de San Andrés de
Rabanedo y actualmente ocupo destino
en el Cuartel General del Mando de Artillería
de Campaña en León.
Como debe ser, empecé al mando de un
obús, y más importante aún, de su dotación
de cuatro caballeros legionarios y
dos cabos. La preparación e instrucción
técnica de la Academia General Básica
de Suboficiales era excelente, pero sin
duda alguna el carácter de un sargento
se forma en ese primer destino, y yo
tuve la fortuna de encontrar un grupo
impresionante de antiguos suboficiales.
De ellos aprendí la práctica y las virtudes
de un líder, y esas personas de mi
dotación me enseñaron las mañas del
día a día y el verdadero significado de
la disciplina y el sacrificio.
Todavía recuerdo en la primera formación
la amalgama de acento y «dejes»,
y cómo se acercó el cabo de cuartel y,
discretamente, me iba «traduciendo»
los diversos acentos de nuestros compañeros.
El orgullo que te invade por el
trabajo bien hecho, y no tanto por las
felicitaciones de tus superiores jerárquicos
(que también), pero es más el
recibir el reconocimiento de tu equipo,
expresado muchas veces sin palabras,
ese cambio apenas perceptible en el
saludo de tus legionarios, en las novedades
de tus cabos…
Recuerdo como, en apenas unas semanas,
al compartir sudor y trabajo,
vivencias, alegrías y penas, te sentías
integrado en una gran familia, en la que
yo personalmente nunca me sentí desamparado.
Pocos fueron los momentos
oscuros, pero siempre aparecía la voz
de un hermano, la compañía silenciosa
de algún camarada o, las más de las veces,
la algarabía de varios compañeros.
Las nubes pronto se disipaban.
Si algo he de resaltar de todos esos
años es la camaradería que reinaba en
toda La Legión. Sin importar cual fuera
tu unidad o especialidad. El chapiri
nos unía. Por supuesto eso no impedía
el pique entre las unidades. La competitividad
y el espíritu de superación es
algo intrínseco de la forma de ser del
legionario. Esa competitividad no impidió
que me sintiera uno más, ya sea de
observador con las distintas Banderas o
con cualquiera de los tercios hermanos.
Podría extenderme más, relatar anécdotas,
describir ejercicios y operaciones.
Incluso dedicar algunas líneas a
recordar a todos mis compañeros, pero
no puedo nombrar a todos y no sería
justo para aquellos que omitiera. Y aunque
el correr de la vida me alejó de La
Legión, jamás saldrá de mi corazón.
56 553 · IV-2020 La Legión