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Francia para él, su mujer e hija, que
también eran prisioneras, además de
una buena cantidad de dinero si hacía
lo anteriormente mencionado. Todo
lo rechazó el coronel y siguió fiel a los
suyos y a la España nacional.
LA MUERTE
Las manillas1 del reloj quizás no llegaban
a las 9 de la mañana de aquel fatídico
día 7 de febrero de 1939, cuando
una camioneta con unos 30 soldados
llegó a Can Buach, un caserío situado
a la entrada de Pont de Molins, muy
cerca de Figueras, en la zona pirenaica
de la provincia de Gerona y a pocos
kilómetros de la frontera con Francia.
El tiempo era frío y húmedo. Estaba
nublado y lloviznaba. La Guerra Civil
española estaba tocando a su fin.
En aquella casona se encontraban
prisioneros el coronel de artillería Domingo
Rey d’Harcourt, el obispo Anselmo
Polanco y más de 100 militares,
entre ellos algunos mandos de
los que habían defendido Teruel y que
habían sobrevivido al año de encarcelamiento
republicano, como los dos
nombrados.
El jefe de la sección y la tropa recién
llegada entraron en la casa. Hicieron
bajar al patio a todos los reos y seleccionaron
a 43. No lo hicieron de buenas
maneras. Los culatazos, los malos
modos y los gritos sobresalían y
rompían el silencio del lugar. Los elegidos
se acaban de convertir en reos
de muerte. El resto llegaría a alcanzar
la libertad tanto tiempo deseada.
Los ejecutores ataron con alambres
por los codos a los inculpados de dos
en dos. La fuerza se dividió. Unos se
quedaron en la casa y el resto se convirtió
en el piquete.
Para el primer viaje hicieron subir
al vehículo a 14 de los detenidos.
Coronel Domingo Rey d’Harcourt.
(Archivo familia Rivera Rey d’Harcourt)
Monumento funerario erigido en Can Trezte (Pont de Molins – Gerona).
(Archivo autor)
Cruz en el cementerio de Pont de Molins.
(Archivo autor)