REVISIÓN DEL CUADERNO
DE BITÁCORA. ESTUDIO
DEL CONCEPTO «CAJA NEGRA»
Ramón DÍAZ-CANEL BLANCO
lo largo de nuestra carrera profesional, los marinos
hemos rellenado el cuaderno de bitácora en distintos
cuartos de derrota de diferentes buques. Más allá de
la dificultad o facilidad que ello pudiese entrañar,
cuando había que hacerlo en el patrullero Marola en
el mar Cantábrico o, por el contrario, en aguas del
Pacífico a bordo del Juan Sebastián de Elcano, la
sensación de estar reproduciendo una tradición
centenaria era la misma en todas las ocasiones o, si
me lo permiten, algo más especial, si cabe, en este
último buque escuela que les menciono. Pero
también sería de justicia reconocer, que más de una
y más de cien veces, hubiésemos pagado para que
«algo» pudiese hacer este trabajo por nosotros, sobre todo al finalizar aquellas
«guardias de media» en el puente.
A lo largo de los siglos, las expediciones marítimas siempre han contado
con un testigo de excepción: los cuadernos de bitácora. Con el paso de los
años, todos los sistemas de ayuda a la navegación y de distribución de señales
relacionados con el posicionamiento y la navegación del buque, que se han
ido incorporando a los barcos de nuestra Armada, han añadido la opción de
mantener grabada la información registrada por ellos. Por lo que el liderazgo
del registro de datos a bordo, ejercido durante centurias por el oficial de guar-dia
en puente en su cuaderno de bitácora, pasa, poco a poco, a manos de los
sistemas de recolección y conservación de datos. La diferencia es, que la
información registrada en el cuaderno de bitácora se quedaba guardada per
saecula saeculorum y, en su inicio, estos sistemas automáticos solían guardar-la
durante solo un determinado número de días.
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