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Así, en 1983, se elaboraba el Plan General
de Modernización del Ejército
de Tierra (Plan META), que redujo el
componente territorial de la organización
y dio comienzo al embrión de organización
funcional sobre la base de
los tres elementos que desde entonces
conforman los Ejércitos de Tierra,
Aire y Armada españoles: el cuartel
general, la Fuerza y el apoyo a la
Fuerza. El Plan META supuso la desaparición
de 116 unidades y la reducción
de aproximadamente el 50 % de
efectivos. En 1990 se aprobó el plan
RETO, de Reorganización del Ejército
de Tierra, segundo plan para hacer
frente principalmente a la reducción
de entorno al 25 % de efectivos
derivada de la disminución del servicio
militar obligatorio de doce a nueve
meses. La tercera reorganización tuvo
lugar en 1994, con el Plan NORTE, de
Nueva Organización del Ejército de
Tierra, que terminó con el enfoque territorial,
suprimiendo las capitanías
generales restantes en favor de la vocación
y capacidad de proyección exterior.
El 23 de diciembre de 1989, fecha en
la que el secretario general de la Organización
de Naciones Unidas, don
Javier Pérez de Cuéllar, solicitó la
participación de observadores militares
españoles en la misión de Naciones
Unidas para verificar la retirada
de tropas cubanas de Angola, supuso
el arranque imparable de la participación
de tropas españolas en operaciones
internacionales. En estos poco
más de 30 años, unos 170 000 compatriotas
han participado en medio
centenar de misiones internacionales,
y en la actualidad unos 3000 militares
y guardias civiles están desplegados
en 16 misiones en cuatro continentes.
Hoy, militares españoles participan
con profusión y naturalidad en las
distintas organizaciones internacionales
de seguridad y defensa, cuarteles
generales multinacionales,
unidades y coaliciones, cumpliendo
los compromisos internacionales de
España con un alto grado de interoperabilidad
y prestigio. Además, las
Fuerzas Armadas realizan su contribución
a la seguridad nacional mediante
las misiones permanentes
de vigilancia y seguridad de nuestros
espacios de soberanía terrestre,
aéreo, marítimo y ciberespacial,
y aportan capacidades crecientes en
el apoyo a autoridades civiles, como
en el caso de las recientes operaciones
Balmis y Baluarte, para mitigar
los efectos de la pandemia derivada
de la COVID-19.
Resulta paradigmático que una organización
con una cultura e identidad
tan arraigadas como el Ejército
sea capaz de transformarse tanto y
a tanta velocidad. Sin duda, un posibilitador
de esa agilidad organizativa
fue la acertada adopción a finales
del siglo xx, y el posterior desarrollo,
de una estructura funcional mediante
el que se bautizó como Sistema
de Mando y Dirección del Ejército
(SIMADE). El SIMADE, basado en
la teoría de sistemas y a modo de
«gran auditoría», sirvió para organizar
y coordinar las actividades del
Ejército en el cumplimiento de sus
misiones.
En la actualidad, y en línea con las
tendencias vigentes y los esfuerzos
de la Administración General del Estado
y el propio Ministerio de Defensa,
el Ejército de Tierra está inmerso
en un proceso de transformación
digital para adoptar la gestión por
procesos como modelo de una organización
centrada en el conocimiento,
que aproveche al máximo el potencial
de la tecnología y potencie
el talento humano. Este proceso de
transformación digital es concurrente
y sinérgico con el ya iniciado por
el Ejército de Tierra desde 2018 para
establecer el Ejército idóneo para el
entorno y amenazas futuras, la Fuerza
35, y la mejor disposición de los
recursos para desempeñar esas misiones,
la organización orientada a
misión.
EL EJÉRCITO COMO SISTEMA
Los orígenes de la implantación de un
sistema de planeamiento en el Ejército
de Tierra se remontan a 1998, cuando
se desarrollaba por primera vez el
SIMADE. La dinámica que entonces
se siguió fue analizar el funcionamiento
del Ejército y detectar aquellos órganos
o conjuntos en toda la estructura
del Ejército de Tierra que ejecutaban
funciones del mismo tipo sin que existieran
procedimientos normalizados,
que empleaban esquemas de relación
que en algunos casos no estaban
suficientemente definidos o que no tenían
la eficacia necesaria. Para mejorar
esta situación y que los procedimientos
fueran más eficientes se analizó
toda la estructura del Ejército de Tierra
y se establecieron sistemas para aquellas
actividades y servicios que requerían
una mayor especialización.
De esta forma, se interrelacionaron
sobre los mismos efectivos dos estructuras:
una orgánica, con las tareas
de organización, administración,
seguridad, preparación, motivación y
disciplina, inherentes al mando de las
unidades, centros y organismos del
Ejército, y otra funcional, que establece
sistemas y subsistemas para normalizar
el funcionamiento del Ejército
y coordinar la actuación de órganos
de diferentes cadenas orgánicas, lo
que permite el apoyo especializado y
la eficiencia. El instrumento administrativo
para el desarrollo de la legislación
correspondiente han sido las sucesivas
Instrucciones sobre Normas
de Organización y Funcionamiento
del Ejército de Tierra (IOFET), establecidas
por el jefe de Estado Mayor
del Ejército (JEME), en las que se detallan
la estructura (organización) y el
funcionamiento (asigna cometidos y
responsabilidades a cada mando, regula
las actividades a través de los sistemas
del SIMADE y establece el marco
de relaciones). En ellas se define el
SIMADE como el conjunto de sistemas
y subsistemas que normalizan el
funcionamiento del Ejército y coordinan
la actuación de órganos de diferentes
estructuras orgánicas que realizan
funciones similares. Esto supuso
una novedad importante en la cultura
organizativa tradicional, al constituir
el SIMADE una fuente de autoridad
funcional transversal que «complementa
el mando que el jefe de Estado
Mayor del Ejército ejerce a través
de la cadena orgánica para garantizar
la adecuada organización, preparación,
disponibilidad y sostenimiento
de sus unidades». De igual manera,
el SIMADE constituyó un mecanismo
de normalización y eficiencia al incluir
«las funciones que de forma sistemática
se realizan en el Ejército de Tierra».
La articulación y el funcionamiento
de detalle de los sistemas y, en su
caso, de los subsistemas que componen
el SIMADE, así como los cometidos,
responsabilidades, relaciones y