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César González Ruano acude en Mazagán
(Marruecos) a una importante
cita con Sidi Mohamed Azerkane,
2.º jefe de Abd-El-Krim en las campañas
del cabecilla rifeño contra España.
El Pajarito recibe afectuosamente
al escritor, y se produce entre ambos
la siguiente conversación:
— Azerkane—, pregunta Ruano —por
España se dicen cosas un tanto
novelescas acerca de la vida del
general Silvestre después de su
muerte. Se ha llegado a asegurar
que aún vive y que acaudilla una
de las disidencias del Atlas contra
la colonización francesa. Azerkane
sonríe y dice:
— Sería un anticipo de la resurrección
de los muertos. Silvestre hace
muchos años que está muerto.
— ¿Y quién se lo prueba a usted, después
de todo? —le replica Ruano.
El Pajarito se lleva las manos a los
ojos y dice:
— Estos ojos míos que lo vieron sin
vida.
— ¿Lo vio usted mismo? —sigue insistiendo
Ruano—. ¿Cómo fue eso?
— De una manera bastante sencilla.
Una muerte vulgar, que a él ciertamente
no le correspondía. Durante
la retirada que los españoles iniciaron
en el Rif, en la cabila de Tensamán,
o mejor dicho en sus confines,
cuando el general caminaba detrás
de su ejército desbandado por la
sorpresa, unos rifeños dispararon
sobre él. Yo lo vi muerto, cuando
ordené que enterraran a todos, lo
mismo moros que cristianos.
— ¿No pudo existir confusión? —replica
González Ruano.
— Ninguna. Yo conocía muy bien a
Fernández Silvestre y allí estaba
tendido en tierra, con las señas
inconfundibles, los dedos rotos,
el pelo crespo... Yo avanzaba en
compañía del hermano de Abd-El-
Krim y se lo dije: «Mira, han matado
a Silvestre». La misma prisa
no me permitió descabalgar para
saludar el cadáver.
«Esta debe de ser la auténtica historia
», termina diciendo César González
Ruano, «de la muerte del bravo general
Silvestre, al que España le debe
muchas más victorias que derrotas».
La segunda de las versiones nos viene
dada nada menos que por el propio
Abd-El-Krim y entra en colisión (en
lo tocante a la muerte del general) con
lo manifestado por el caíd Azerkane. Y
ocurrió así: en marzo de 1954, Abd-El-
Krim, exiliado en Egipto, recibe en su
palacio de El Cairo al periodista español
Fernando P. de Cambra, al que ha
concedido una entrevista. En un momento
de la misma, el periodista le pregunta
al jefe de la rebelión del Rif qué
fue del general Fernández Silvestre.
«¿Cayó luchando? ¿Lo asesinaron?
¿Murió en el cautiverio?». «No, nada de
eso», respondió Abd-El-Krim, «si hubiera
sido hecho prisionero le habríamos
respetado la vida como hicimos
con el general Navarro. El general Fernández
Silvestre se suicidó en Annual
cuando vio que la posición ya no podía
resistir más. Fue un bravo soldado
que no admitía la derrota. Tal vez fuera
demasiado impulsivo. Tuve entre mis
manos su fajín». Estas fueron las palabras
del anciano León del Rif a nuestro
compatriota Fernando P. de Cambra.
Al concluir la entrevista, Abd-El-Krim
le obsequió con una espléndida cena
árabe y una gumía de puño dorado con
la vaina de plata repujada, y le entregó
a su final una carta para el general
Franco. De regreso a España, Cambra,
a través del ministro de Información
y Turismo, Arias Salgado, hizo llegar
al Jefe de Estado la carta de Abd-El-
Krim (junto con un pequeño informe
de lo hablado durante la entrevista que
le concedió en El Cairo), cuya lectura
Franco declinó manifestando «que no
quería saber nada de traidores».
CONCLUSIÓN
Y aquí finalizo, sin haber podido llegar,
como acabo de reflejar, a tener exacto
conocimiento de cómo fue la muerte
del general Silvestre. Las dudas e
incertidumbres siguen y mucho me
temo que, habiendo transcurrido un
siglo sin aclararse, ya nunca se aclararán.
En todo caso: ¿por qué habríamos
de otorgar mayor veracidad a las
declaraciones de un cabo que a las de
un teniente coronel?, o a las contradictorias
de Abd-el-Krim (afirma que
se suicidó) o las de su lugarteniente
Pajarito, de que lo mataron unos rifeños.
No quisiera concluir estas líneas
sin antes resaltar algo que resulta evidente
a todas luces: que el Excmo. Sr.
don Manuel Fernández Silvestre, general
de división del Ejército español,
«desaparecido en campaña», según
el frío laconismo oficial castrense,
puede que fuera algo impulsivo y temerario,
pero lo que sí era, con mucho,
es un militar valeroso que rindió
siempre culto al honor; fue de un
patriotismo exaltado, sintió una profunda
devoción por su rey don Alfonso
XIII (de quien había sido ayudante) y
amó a España por encima de todo. En
todo caso, y sea donde fuere que esté
su cuerpo desde su muerte hasta este
año 2021 del centenario de su fallecimiento,
descanse en paz, mi general
NOTAS
1. Se ha especulado mucho sobre la
dama a quien iba dirigida la carta
escrita por Fernández Silvestre
la noche antes de su muerte. Hoy,
creemos poder afirmar que dicha
misiva iba dirigida a su madre doña
Eleuteria, que residía en Melilla con
su hijo, en el pabellón del comandante
general y junto a dos hermanas
solteras de este: Mercedes y
Carmen. En la carta, Silvestre se
despedía de su madre y le enviaba
1000 pesetas (1032 exactamente)
que, al parecer, era todo el capital
que el general llevaba consigo
en esos momentos. Doña Eleuteria,
que ya no se recuperaría de la
muerte de su hijo, se trasladó a Madrid
y falleció en 1926, en la localidad
de Alcalá de Henares, siendo
enterrada, junto a su esposo y una
de sus nietas, en el cementerio de
la localidad. En su tumba figura la
inscripción sepulcral: «Aquí yacen
los padres del general Silvestre».
2. Datos facilitados por su nieto, don
Federico Rubio Arias-Paz, al que el
autor muestra su agradecimiento.
BIBLIOGRAFÍA
- De Cambra, F.P.: Cuando Abd-El
Krim quiso negocias con Franco.
Editorial Luis de Caralt, Barcelona;
1981.
- España en sus héroes. Editorial Ornigraf,
Madrid; 1969.
- Pando Despierto, J.: Historia Secreta
de Annual. Editorial Temas de
Hoy, Madrid; 1999.
- Ruiz Albéniz, V.: Las responsabilidades
del «Desastre». Prueba documental
y aportes inéditos sobre
las causas del derrumbamiento y
sus consecuencias. Editorial Biblioteca
Nueva, Madrid; 1922.■