Palacio de los marqueses de Santa Cruz de Marcenado en Siero, Asturias (siglo xvii)
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podría suponer el uso de intérpretes,
lo cual resulta más que evidente
en una situación en la que se precisa
mantener el mayor control sobre
el trasvase de información. Y, por supuesto,
añade a las ventajas del conocimiento
lingüístico la comodidad
de poder leer obras militares y literarias
en su lengua original, idea que se
mantiene hasta la actualidad.
Respeto y adulación
El líder debe ser temido por sus enemigos,
no por sus subordinados.
Como un buen padre, no es mediante
la amenaza y el miedo que va a lograr
el respeto de sus tropas. En ningún
caso significa eso que no deba ser
estricto en las situaciones que lo requieran,
como todas aquellas donde
es imperioso mantener la disciplina.
Aun así, previene al líder de ser precipitado
en los casos más graves, sobre
todo en los que una condena a muerte
está en juego. Se defiende el uso
del sentido común, así como la capacidad
para distinguir las circunstancias
de cada juicio. Esa misma celeridad
que se critica en algunos casos
de pena capital, se alecciona cuando
las pruebas son flagrantes: mantener
con vida a un reo que ha cometido
un crimen horrendo a ojos de la
sociedad resulta más cuestionable
y perjudicial que la misma pena. Por
supuesto, en la mayoría de las sociedades
occidentales la pena de muerte
ya ha sido erradicada de los códigos
legales, pero no se debe olvidar que
estas palabras son representativas de
una época específica.
Asimismo el autor detalla las características
que el general debe buscar
en su «familia» militar, es decir,
su secretario, ayudantes, oficiales y
otros subordinados a quienes debe
dirigir. La identificación con los mismos
debe ser destacada, pues estos
representan de diferentes maneras
la dignidad del general, aunque en
todo momento debe mantenerse la
responsabilidad que exige el cargo.
Debe ser precavido con el secretario
y los ayudantes, compañero de los oficiales
desde el respeto asumido, generoso
y liberal en su trato con todos.
No debe inmiscuirse en los detalles
del trabajo de cada subordinado, de
la misma manera que él no aceptaría
la intromisión de otros. En resumen,
debe buscar en los otros la honra con
que se estima a sí mismo, por lo que
todas las propiedades que señalan al
hombre mesurado incumben también
a sus subalternos, ya que la virtud individual,
incluso siendo fundamental,
precisa igualmente de la virtud social.
Como contrapunto a lo dicho, se alerta
del peligro de los aduladores, de
quienes el buen general debe alejarse,
ya que su empeño solo se justifica
por el puesto de la persona adulada,
y no por la persona. Además, cuando
la mala fortuna arrecia y la lisonja
ya no sirve para requerir favores, los
aduladores son los primeros en desaparecer.
Al contrario, es la compañía
de los hombres francos la que se debe
procurar, puesto que la honestidad es
compañera de la virtud.
Buena fe, discreción y secretos
Una gran razón que sirve para ubicar
el presente texto dentro de la modernidad,
y que, por desgracia, parece no
tener tanta vigencia en la actualidad,
es la que hace mención a expresiones
como buena fe o tener palabra. En un
país como España, donde tan a menudo
se justifica el actuar de modo