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enseñaban artes y oficios a aquellos que no deseaban seguir
la carrera de las armas. Las siete huérfanas de la Asociación
que se hallaban en edad escolar estaban instaladas
en el Convento del Sagrado Corazón de Jesús, de las hermanas
Carmelitas de la Caridad, también en Vitoria.
La Asociación protegía a sus huérfanos desde el momento
mismo en que se producía el fallecimiento del padre.
Los más pequeños permanecían en sus hogares al cuidado
de sus madres o tutores, quienes percibían por ello una
pensión y en 1907 se incluyó en la Asociación el Cuerpo
de Ingenieros, pasando a denominarse «Colegio de Santa
Barbara y San Fernando» para huérfanos de artilleros e
ingenieros.
En 1909 se decidió trasladar el Colegio a Madrid o sus alrededores,
en un intento de conseguir una mayor economía y
mejor atención al creciente número de huérfanos que solicitaban
auxilio. Para ello se dispuso de los fondos de reserva
de la Asociación. Madrid parecía ser un lugar más idóneo
que Vitoria para la instalación del Colegio, con mejores
recursos pedagógicos y formativos. Sobre todo, porque la
idea de la Asociación era dar a los huérfanos una buena formación
para poder acceder no sólo a las academias militares,
sino también a las demás carreras del Estado.
En 1910 se compró la finca «La Frontera», situada en Carabanchel
Alto, donde para sacar el mayor rendimiento posible
a las instalaciones se realizaron las reformas indispensables,
y ampliarlas con nuevas construcciones.
En 1917, las ayudas cubrían a todos por igual. Poco a poco
se fueron haciendo realidad las aspiraciones de la Asociación
y junto a la preparación militar, que era la que tenía un
mayor número de alumnos, se fueron incluyendo otras enseñanzas.
A partir de este año La Congregación religiosa
de las Siervas de San José se hizo cargo del cuidado de la
enfermería, la dirección del personal femenino de sirvientes,
la recomposición y arreglo de ropas y trajes de los internos,
el cuidado del almacén de vestuario, la renovación semanal
y repaso de ropa de cama, etc. Como remuneración
recibían dos pesetas diarias por cada religiosa, además de
su manutención a cargo del Colegio.
Para incentivar la aplicación de los alumnos, se establecía
la suspensión de dicha pensión a los alumnos que perdieran
un curso. El Consejo era benevolente y, consciente
de su obligación moral protegía y ayudaba cuanto podía a
sus pupilos, pero al mismo tiempo era exigente y selectivo.
Según el reglamento, quienes no reunían aptitudes suficientes
para seguir los estudios en el Colegio debían ser
devueltos a sus madres, adjudicándoles en compensación
una pensión. Al Colegio, por su parte, no le compensaba en
absoluto el mantener huérfanos no sometidos a su reglamento
y orden interior, pero tampoco podía abandonarlos.
Finalmente, se llegó a una solución: los huérfanos con escasa
capacidad intelectual serían acogidos en el Colegio
y colocados como aprendices de mecánicos de aviación
en los talleres de Cuatro Vientos, próximos al Centro. Las
huérfanas acogidas en esta Institución recibían una educación
menos técnica que los chicos, más básica y elemental,
adecuada a las condiciones sociales de la época.
Durante la guerra, el Colegio fue ocupado primero por las
tropas republicanas y más tarde conquistado por el avance
de las tropas nacionales. Con toda esta serie de vicisitudes,
al finalizar la contienda, el edificio quedó en una penosa situación
que exigió obras de reparación y adecuación, sobre
todo en la zona de los dormitorios.
En octubre de 1943 la Asociación de Santa Bárbara y San
Fernando, junto con las Asociaciones de Huérfanos de las
demás Armas, Cuerpos y Servicios, pasó a integrarse en
el Patronato de Huérfanos de Oficiales del Ejército; pero
su reconstrucción no fue inmediata, debido a las difíciles
condiciones de la postguerra. Años más tarde, sobre las
ruinas de Santa Bárbara se edificó el Colegio de Huérfanos
de Oficiales de Carabanchel Alto que fue destinado a Colegio
Preparatorio para el ingreso en la Academia General
Militar, y a tal fin dedicó todos sus esfuerzos el profesorado.
Desde el primer momento en que se organizó el Colegio, la
Dirección se preocupó enormemente por la vigilancia de
los alumnos y el mantenimiento de un orden y disciplina
necesarios para la perfecta instrucción y educación de los
huérfanos. En principio, este sistema dio muy buenos resultados,
pero casi al final del curso 1945-46 se deterioró
enormemente hasta plantearse su total desaparición. Nuevamente
se propuso un sistema para inculcar a los alumnos
los principios de la disciplina militar. Así, al ingresar en el
Colegio los alumnos eran afiliados como soldados voluntarios
en el Ejército y juraban bandera en el Regimiento Inmemorial
del Rey n.º 1.
Los huérfanos ingresaban en el Colegio a los 16 años y permanecían
en él el tiempo justo para preparar el ingreso en la
Academia General Militar. Se vivía en régimen de internado
y el Colegio contaba con tres dormitorios comunes, capaces
para 60 alumnos cada uno. Además de los estudios,
Puerta y vestíbulo del Colegio de Carabanchel