internacional
Soldados del Ejército de Mozambique inspeccionan una zona a las afueras de la
ciudad de Palma tras la invasión de Al Shabaab a esa localidad en marzo de 2021.
básicas, por lo que se siente ultrajada
y menospreciada por el poder central.
Además, recientemente, ha comenzado
a percibir que el enorme proyecto gasístico
que se levantaba en sus costas —liderado
por la empresa francesa Total—
iba a dejar poca riqueza en sus hogares,
e iba a poner en peligro su modo tradicional
de supervivencia: el comercio, la
agricultura y la pesca.
En este contexto, mientras las arcas
nacionales crecían a una media del 7
por 100 desde principios de siglo, sin
beneficio alguno para los más desfavorecidos,
el wahabismo violento comenzó
a prender entre una minoría de la población
musulmana de Cabo Delgado.
En 2007, Sheikh Sualehe Rafayel, local
pero radicalizado en Tanzania, formó su
propio grupo extremista —como señala
el experto Eric Morier-Genoud— y
emprendió una rebelión armada contra
las instituciones islamistas y el propio
Consejo Islámico de Mozambique que,
con el apoyo del Estado, intentó neutralizarlo
sin éxito.
Diez años después, el yihadismo
tomó carta de naturaleza con su primer
ataque en Mocimboa da Praia; y la secta
fundamentalista ASWJ o Al-Shabaab
—formada por muchos jóvenes locales
adiestrados en países africanos y del
Golfo— inició su acción terrorista con
el objetivo de imponer una férrea ley islámica
en la región y sus aledaños. En
poco tiempo, con un discurso de descrédito
Joao Relvas/EFE/EPA
contra el aparato estatal y promesas
de una vida mejor bajo el poder
yihadista, los extremistas violentos consiguieron
captar y adoctrinar a muchos
adeptos, pero también forzaron a una
población aterrorizada, principalmente
jóvenes, mujeres y niños, a unirse a su
proyecto violento.
CONEXIÓN CON DAESH
Desde 2017, la frecuencia y crueldad
de los atentados yihadistas, así como
su extensión geográfica, se han incrementado
de forma exponencial, al mismo
ritmo que su capacidad ofensiva y
la complejidad de sus procedimientos.
En agosto de 2020, los extremistas de
Al Shabaab tomaron, por primera vez,
la ciudad portuaria de Mocimboa da
Praia, que retuvieron durante meses.
Además, saquearon las mercancías de
barcos pesqueros y pequeños buques en
las aguas próximas a la costa, y provocaron
el éxodo masivo de su población.
No obstante, el punto de inflexión de
la arremetida yihadista llegó en marzo
de 2021, cuando los terroristas invadieron
la ciudad de Palma, una localidad
de 75.000 habitantes donde se levanta
el macroproyecto gasístico liderado por
Total, que ha cerrado sus instalaciones
tras este ataque. Durante el asedio, y
aunque la ausencia de medios de comunicación
impidió conocer la magnitud
de la tragedia, más de una docena
de personas fueron asesinadas —entre
ellos, varios extranjeros— y más de
17.000 huyeron de sus hogares. Además,
con este ataque han asestado, por
primera vez, un duro golpe a las inversiones
extranjeras en la región, que eran
la única esperanza de vida y desarrollo
de la población local. Y todo ello, como
señala la periodista e investigadora Zenaida
Machado desde el terreno, en medio
de una escalada de violencia atroz
contra personas indefensas: «han estado
decapitando gente, en algunos casos de
forma masiva, además de destruir propiedades
y escuelas».
En cuanto a su estructura, el grupo
Al Shabaab —liderado, según Estados
Unidos, por Abu Yasir Hassan— se
organiza en células que actúan de forma
autónoma, aunque supuestamente
rinden cuentas a un Consejo Supremo,
responsable de la estrategia terrorista y
de la custodia de la ideología islamista.
Por otro lado, todos los indicios apuntan
a la naturaleza autóctona del extremismo
violento de Cabo Delgado, más
allá de los previsibles contactos que
puedan tener con el exterior, de donde
—con toda seguridad— han importado
la planificación, la técnica y la ejecución
de sus ataques, cada vez más sofisticados
y complejos. En este contexto, cobra
relevancia el juramento de lealtad,
en junio de 2019, de ASJW/Al Shabaab
a Daesh central. A su vez, este incluyó
al yihadismo de Mozambique en la autodenominada
Provincia del Estado Islámico
de África Central (ISCAP, por
siglas en inglés) junto a las milicias de las
Fuerzas Democráticas Aliadas que, tras
décadas de lucha rebelde en la región de
Kivu en la República Democrática del
Congo, declaran ahora profesar la sinrazón
yihadista. Sin embargo, y aunque
el aparato mediático y propagandístico
de Daesh ha reivindicado como propios
El grupo Al
Shabaab de
Mozambique es
extremadamente
cruel con la
población civil
56 Revista Española de Defensa Septiembre 2021