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EL AGRIDULCE TRAGO DE COLGAR LAS BOTAS
Teniente en la reserva Francisco Casado Vizuete
Tercio 2º
Desde el primer instante en que ingresamos en las
Fuerzas Armadas y adoptamos el modo esponja, no
cesamos, a lo largo de toda una vida dedicada a la
milicia, en adquirir enseñanzas de todo tipo: topografía,
armamento, tiro con armas individuales y colectivas,
formación moral y militar, historia de las unidades,
inteligencia, seguridad, administración y contabilidad;
pero lo que nadie prepara ni instruye es el momento
en el que por imperativo legal hay que colgar las botas.
Tras toda una vida dedicada al Servicio de las Armas,
llega el delicado momento en que se debe de cruzar
la delgada línea que separa el Servicio Activo de la
Reserva, pero no por ello hay que dramatizar esta
situación y pensar que todo ha terminado.
Si bien quedan atrás un buen puñado de trienios,
una importante cantidad de compañeros, otra buena
suma de amigos, un montón de kilómetros realizados
en innumerables marchas, una mochila cargada de
experiencias y buenos momentos, la realidad es que
llega ese instante en el que hay que levantar el pie
del acelerador, reducir una marcha y dejar paso a las
nuevas generaciones que vienen apretando con savia
nueva.
Feliz por haber podido servir a La Legión; contento por
haber intentado aportar ese grano de arena para hacer
posible que estas Fuerzas continúen siendo punta
de lanza y espejo en el que se miren otras unidades;
dichoso de haber tenido la oportunidad de convivir
tantos años junto a las damas y caballeros legionarios
de los que tanto he aprendido, y agradecido a nuestro
Santísimo Cristo de la Buena Muerte que me ha guiado
y protegido durante toda mi trayectoria.
Se pasa a la retaguardia, pero no con ello la desvinculación
con el Tercio y con sus componentes. Será, estoy seguro,
otra forma de seguir haciendo Legión y continuar formando
Bandera, viviendo las alegrías y venturas de todos aquellos
con los que se han compartido tantas vivencias.
Creo que, en estos instantes, se enfatiza de manera
especial lo que tantas veces hemos escuchado sobre
la Familia Legionaria. Esa familia formada por amigos,
conocidos y anónimos que siempre han estado ahí. Un
ente sobrenatural que aglutina a todo tipo de personas
sin importar la raza, religión o creencias, pero con un
único denominador: mantener unidos y en armonía a todos
aquellos hombres y mujeres que en algún momento de su
vida hubiesen tenido la fortuna y el privilegio de haber
servido a La Legión.
Tras hacer una recapitulación de los años pasados, estoy
seguro sentir lo mismo que tantos y tantos compañeros
en el mismo momento: orgullo, satisfacción, tranquilidad y
reconocimiento.
ORGULLO de haber compartido tantas vivencias con
personas de distinta índole, pero con un único ideal, el
engrandecimiento de La Legión.
SATISFACCIÓN de haber tenido la suerte de adquirir las
enseñanzas y la base espiritual inculcada por nuestro
Fundador el teniente coronel Millán-Astray en el Credo
Legionario, así como el haber contado con el privilegio de
poder transmitirlo en la medida que me ha correspondido.
TRANQUILIDAD. Si bien no se puede empatizar
con toda la gente, tras haberlo intentado, el poder
marcharse con el sosiego que da saber que siempre se
ha pretendido apoyar y solucionar los problemas a todo
el que lo necesitase sin contravenir las normas en vigor.
RECONOCIMIENTO a los hombres y mujeres de todos
los tiempos, sin distinción de escalas ni empleos, que de
una u otra manera han contribuido al engrandecimiento
de La Legión y con ello de España, anteponiendo siempre
los intereses de los que portan en sus pechos la pica,
ballesta y arcabuz a los suyos propios.
Como dijese el Teniente Coronel Valenzuela:
“Nuestra raza no ha muerto aún”
Un fuerte abrazo legionario.
555 · II-2021 53 La Legión