LOS PROCEDIMIENTOS TÁCTICOS DE LAS FUERZAS… 223
Las bajas propias no se debían dejar nunca en el campo, costara lo
que costara, por el efecto moral que tenía sobre el resto de los hombres y
las unidades. Los harqueños si veían que se dejaba alguna baja, se echaban
rápidamente encima, para degollarlas y mutilarlas salvajemente.
La destrucción absoluta del enemigo era casi imposible, y había que
obrar con astucia para conseguir, su desaliento y retirada. ‘La rapidez del
combatiente enemigo exigía que también se obrase muy rápidamente contra
él, y que no se empeñaran las tropas en combate a un frente determinado,
para evitar su gran habilidad de maniobra envolvente, precaverse del peligroso
juego del “torna fuye”, es decir, simular una retirada rápida para
volver a reunirse con rapidez, y revolverse para atacar a alguna de las partes
de la columna. La práctica enseñaba que, con este enemigo, la rapidez en las
decisiones por parte del jefe, el golpe de vista y la práctica en esta clase de
guerra en todos los escalones, aseguraban el éxito de cualquier operación.
Por esto debía encomendarse las persecuciones a los núcleos de harcas amigas,
que después se retiraban al abrigo de la vanguardia o del flanqueo. Ese
grupo de maniobra debía estar a disposición del mando en lugar apropiado y
no embebido en ningún· escalón determinado de la columna.
Debía reinar en los vivaques un perfecto silencio, desde el ocaso hasta
la madrugada, ni se debía encender fuegos. La experiencia demostraba que
el harqueño era atraído por los disparos, pero no ante el silencio, pues ante
lo desconocido es temeroso, ante posibles emboscadas. Solamente se debía
hacer fuego de noche en caso de ataque, pero había que hacerse a la orden,
y con calma.
Las razias eran indispensables como castigo a comarcas y cabilas rebeldes.
Los moros no reconocían otro castigo más fuerte, y no obedecían
más que a la fuerza. Estaban acostumbrados desde tiempos ancestrales a
ellas. Las razias se encomendaban a fuerzas indígenas experimentadas y
bien mandadas, que formaban dos grupos ligeros, uno encargado de proteger
la razia para evitar que el poblado raziado fuera socorrido y otro para
llevarla a cabo. Rodeado el aduar a raziar, se le amenazaba con quemarlo si
no se presentaban los hombres más importantes, que se tomaban como rehenes
y, a continuación, se exigía la entrega de ganado y grano. Organizado
el convoy y e1 repliegue al campamento, se llevaban los rehenes que, por
seguridad, no debían soltarse hasta terminar el repliegue. No se debía tocar
a las mujeres y niños, y tampoco entrar en las mezquitas.
El poblado no se debía quemar más que en caso de gran resistencia. Si
había resistencia el combate se desarrollaba fuera del poblado, y este quedaba
vacío de gente y era fácil raziarlo, pero posiblemente las bajas propias no
compensaban el castigo de la razia.
Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2021, pp. 223-246. ISSN: 0482-5748