Llama la atención el dato de que más de tres cuartas partes
de los ciudadanos se sientan orgullosos de ser españoles, pero
que poco menos de la mitad se declaren dispuestos a arriesgar su
vida por algo que no sea su familia y, de ese porcentaje, también
poco menos de la mitad estén dispuestos a arriesgar la vida por su
patria o nación.
Cuando se les pregunta de forma específica por una lista de
riesgos que pueden afectar a la seguridad de España, se da uno
cuenta de que no existe un criterio bien formado para responder.
Por tanto, se puede afirmar que la falta de percepción clara de
amenaza es quizá el principal déficit de nuestra cultura de defensa.
El tema del gasto o la inversión —que es un término más adecuado—
en defensa merece también ser discutido. Cuando preguntamos
a los ciudadanos sobre el presupuesto que se destina
anualmente en España a la defensa nacional y a las Fuerzas Armadas
nos damos cuenta de que la mayoría de los españoles no tiene
un buen criterio para responder, ya que el porcentaje más elevado
(un 34,2 por 100) no sabe o no contesta y, además, al 22,6 por 100
de los españoles les parece excesivo. Pero la realidad es que gastamos
un tercio de lo que gastan Alemania, Francia o Reino Unido
y algo más de la mitad que Italia.
¿Es suficiente lo que gastamos para adquirir y mantener las capacidades
militares que necesitamos para hacer frente a los riesgos,
amenazas y desafíos que se han estimado en el ciclo de planeamiento
de la defensa? Creo que lograr que la sociedad española entienda
la necesidad de que nuestras inversiones en defensa sean las suficientes
para mantener adecuadamente esas capacidades, constituye
uno de los retos más difíciles de nuestra política de defensa.
Desgraciadamente, el mundo está lejos de ser una Arcadia
feliz. No hace falta más que echar un vistazo a los recientes (o pasados)
acontecimientos en Afganistán, o el modus operandi de algunas
organizaciones terroristas para cuestionar seriamente el viejo
aforismo rousseauniano de que el hombre es bueno por naturaleza.
Como nos dice el almirante Rodriguez Garat en su libro Manual de
usuario de la Armada Española: «Por cada Teresa de Calcuta hay
decenas de personas que se dejan llevar por el odio»; una cuestión
que queda patente a lo largo de la historia de la humanidad. Si este
hecho es difícilmente cuestionable, tampoco deberíamos cuestionar
que las sociedades maduras han de proveerse de algún medio
para protegerse contra esa parte de la humanidad que aún se
percibe distante de resolver las diferencias por métodos pacíficos.
Se hace por tanto imprescindible disponer de una «caja de
herramientas» constituida por las capacidades que nos brindan
unas Fuerzas Armadas equipadas, modernas y, sobre todo, sustentadas
en valores, que constituyen un auténtico servicio público
cuyo principal beneficiario es la sociedad española en su conjunto.
La disponibilidad y diversidad de los elementos de esta «caja de
herramientas» nos permitirá enfrentarnos con mayor o menor éxito
no solo a lo que sabemos que no sabemos, sino también a aquello
que no sabemos que no sabemos (known unknows and unknown
unknowns).
Ya hemos mencionado que la defensa nacional es un elemento
—muy importante— de la seguridad nacional. Por tanto, las
Fuerzas Amadas son el elemento determinante para hacer uso de
la fuerza y en eso deberemos basar el planeamiento para diseñarlas
y prepararlas. El hecho de que también sean inmensamente
valiosas para contribuir a otros aspectos de la seguridad, como
Octubre 2021 Revista Española de Defensa 23
Rafa Navarro / Fotos: Hélème Gicquel