Antes de plantarnos ante el espectacular
Arco de la Victoria, que conmemora
el triunfo de los nacionales en la
guerra de 1936-1939, en la entrada
a Madrid por la carretera de La Coruña,
a mano izquierda, sin que casi
nadie de los que a diario lo contemplan
sepan lo que significa, un megalítico
monumento nos recuerda que allí
falleció, en un bombardeo durante la
contienda nacional, el padre Huidobro,
capellán y caballero legionario.
Allí, cada año, en el aniversario de su
muerte, recibe el homenaje de la Hermandad
52 / Revista Ejército n.º 969 • diciembre 2021
de Antiguos Caballeros Legionarios.
Ya en el llamado parque del Oeste, en
su inicio, en un amplio espacio rectangular
limitado por el paseo de Moret,
encontramos la estatua del general
Cassola, un militar muy controvertido,
alabado por unos y denostado por
otros, debido a sus ideas reformistas
sobre el Ejército. Si bien es verdad que
la estatua se construyó con las empuñaduras
de los sables que dieron
varios oficiales, también lo es que el
descalabro fue total, pues se opusieron
a tal reforma la mayoría de los generales,
entre ellos nombres tan relevantes
como los de Martínez Campos
y Primo de Rivera.
En la plaza de la Moncloa, justo enfrente
de la fachada principal del
Cuartel General del Ejército del Aire,
se alza un monumento rematado por
un águila —que se asemeja más a una
gorda paloma que a un ave de presa—
dedicado al vuelo del plus ultra,
hazaña realizada por tres hombres representantes
de los tres Ejércitos: el
comandante Ramón Franco (aire) el
teniente de navío Durán (mar) y el capitán
de artillería Ruiz de Alda (tierra).
En la calle Marqués de Urquijo, en
la esquina con el paseo del Pintor
Rosales, una placa nos informa que
allí vivió el general Valeriano Weyler,
de origen prusiano. Aunque de desmedrada
figura, fue un grandísimo
militar, duro, valiente, de carácter férreo
y lealtad inquebrantable. Fue un
héroe en Cuba cuando era teniente y,
al regresar como capitán general a la
isla, la ineptitud de los políticos no le
dejó acabar con aquella guerra.
Paseo de Rosales abajo encontramos
el Monumento a los Caídos del Cuartel
de la Montaña, emplazado al final
del tramo de una de las escalinatas
que dan acceso al parque de la montaña
del Príncipe Pío. Flanqueada por
cipreses e iluminada por farolas de
múltiples brazos, una anónima figura
rota y mutilada que se apoya horizontalmente
sobre un muro que simula
sacos terreros plasma el dolor de
aquella sangre que se vertió por España
al principio de la fratricida contienda
nacional en aquel cuartel.
En los jardines de Fanjul, junto a la calle
Ferraz, se encuentra el Monumento
a los Héroes del Dos de Mayo, de espectacular
y acertada composición.
En él están representados los elementos
que combatieron en nuestra guerra
de la Independencia, el ejército y el
pueblo, y también la muerte y la rabia,
todo ello al amparo de la patria, representada
con un bello ángel que porta
una bandera protectora.
¿Y a quién tenemos enfrente, en la
plaza de España, en uno de los monumentos
más conocidos de Madrid?
A Cervantes, un soldado, pues lo fue
toda su vida: mientras sirvió a su patria
y también cuando con su pluma
no dejó de recordar y alabar la carrera
de las armas, y no solo en el conocido
pasaje del Quijote.
Y de un escritor genial pasamos a otro
genio de la literatura: Lope de Vega,
que tuvo una vida sumamente agitada
más propia de un soldado —que lo fue,
y de ello se vanagloriaba— que de un
escritor y poeta, grande como pocos
los habrá habido. Tomó parte en dos
grandes empresas de guerra navales:
la conquista de la isla Terceira y la expedición
de la Armada Invencible. En
la calle de San Quintín, a la orilla de la
plaza de Oriente, teniendo como fondo
el Monasterio de la Encarnación, se
Arco de la Victoria encuentra el monumento a este muy
Monumento al general Gassola