VIVIDO Y CONTADO
especialmente, garantías de realizar la inmersión en unas condiciones físicas
adecuadas: nada de catarros ni sinusitis que puedan dificultar el compensar
adecuadamente, nada de comidas copiosas previas (y no digamos alcohol), y
buena forma física general, empezando por encontrarse descansado y haber
dormido las ocho horas reglamentarias.
Y ese era mi problema, precisamente (y el de Miguel, el buceador ayudan-te
que debería bajar conmigo al agua): que llevábamos catorce días navegando
a dos vigilancias, lo que significa doce horas de guardia en puente o CIC de
cada veinticuatro, más ocasionales actividades «extraescolares» del estilo de
zafarranchos de combate, mensajes intempestivos o averías inesperadas;
también, el dormir un máximo de seis o siete horas al día, repartidas en dos
tandas; y, en nuestro caso particular, el haber estado sometidos a una tensión
constante por la evolución de la crisis y el inicio de la guerra.
Así que decir que estaba cansado sería quedarse corto, muy corto; me
encontraba realmente agotado.
La inmersión en sí misma no presentaba ninguna dificultad especial:
buenas condiciones de mar, viento y temperatura, buena visibilidad, escaso
fondo (creo recordar que ocho metros), apoyo cercano con una embarcación
de seguridad… Aun así, la idea de tirarme al agua en las condiciones físicas
en las que me encontraba no me seducía lo más mínimo, ya que no podía estar
seguro de cómo reaccionaría (o cómo lo haría Miguel) ante cualquier compli-cación,
incluso una sencilla, durante la inmersión.
Pero la intención del comandante era tan lógica… Pero no había dormido
nada… Pero había estallado la guerra… Pero estaba tan cansado…
Todo esto bulló en mi cabeza durante unos segundos, que se me hicieron
eternamente largos, pero que no debieron de ser más de tres o cuatro desde
que el comandante terminó de hablar. Tras esos momentos de indecisión,
inhalé hondo y respondí:
—Comandante, creo que efectivamente deberíamos hacer un recorrido del
muelle; pero la verdad es que no me encuentro en condiciones físicas para
hacerlo ahora mismo después de las dos semanas que llevamos. Si no tienes
inconveniente, preferiría aplazarlo hasta descansar unas horas como es debido.
Hala, ya estaba dicho. No había empleado ninguna matriz de decisión ni
algoritmos de apoyo para ello (todavía me faltaban unos cuantos años para
hacer el curso de Estado Mayor, que es donde le enseñan a uno esas cosas tan
complicadas), sino que había expresado lo que más intensamente sentía, en
crudo, y en contra de otro montón de razonamientos (y sentimientos) que me
pedían a gritos decir lo contrario. No había resultado fácil, a pesar de la rapi-dez,
pero ya estaba dicho.
Como debía haber imaginado, mi comandante, que era una persona muy
razonable, comprendió de inmediato mi argumento (lo que no significa nece-
132 Julio