El CESEDEN dedicó en 2021 una monografía a los usos
militares de la inteligencia artificial. Fuente: CESEDEN
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realidad. Por un lado, el cerebro, que
reina sobre la técnica, gracias a la
cual se gestionan los recursos y las
condiciones físicas del combate, ordenándolos
para la victoria. Por otro,
y digámoslo así, el corazón, los valores
morales que definen la calidad
humana y el carácter de un Ejército,
su idiosincrasia; este ámbito de lo
intangible atesora el código de conducta
moral.
Hay una aparente contraposición de
estas dos mitades, que el hombre necesita
aunar en el sublime momento
del combate: la técnica, el cerebro, lo
material, combinado con el corazón,
la voluntad moral, el espíritu de equipo.
Son dos elementos que recuerdan
la esencia humana, material y espiritual
al mismo tiempo.
La tecnociencia, y en concreto la inteligencia
artificial fuerte, ha alcanzado
unos niveles de complejidad y perfección
tales que exacerban la tentación
de culminar la cima, alcanzar el objetivo,
solamente con la mitad material.
La mentalidad contemporánea ha llegado
a sintetizar en una especie de fe
secular las posibilidades aparentemente
infinitas de la inteligencia artificial
y las ha cristalizado en un transhumanismo
tecnocientífico18 que tiene
ya poco de humanismo.
Por eso se tiende a desvincular la capacidad
técnica de las virtudes humanas
cuando la experiencia nos muestra,
con impertinente insistencia, que
la fuerza moral se extiende, inmediata
y sin brechas, a la técnica: ambas se
deben entender como un todo orgánico.
Esto, que es aplicable a todas las
profesiones vocacionales cuya práctica
exige la aplicación de técnicas específicas,
es imprescindible en la profesión
militar porque su vocación de
servicio exige ofrecer muerte y vida
para defender a la patria, y este compromiso
alcanza a la totalidad de la
persona. En un soldado, tan disfuncional
(y peligroso) como la ausencia
de capacidad técnica para el combate
es que carezca del sentido del bien y
del mal.
En definitiva, los Ejércitos se fundamentan
en un elemento constitutivo
perteneciente al ámbito de lo
ético-moral. Ahora bien, ninguna institución
es ética o moral por sí misma.
Si queremos que estas sean virtuosas,
su estructura debe permitir, facilitar y
promocionar la virtud de sus componentes,
es decir, el libre ejercicio de los
valores inscritos en los códigos morales.
Esto es aplicable a las tecnologías,
que no son buenas o malas, sino ambiguas,
y cuya virtud dependerá de la
arquitectura con que se diseñen y del
código moral de quienes las empleen.
Es por ello fundamental que el soldado
se impregne de los valores objetivados
por la institución militar; los
proyectará sobre esta y sobre la tecnología
que emplee con un fin lícito,
en nuestro caso, ganar la guerra.
Urge, por tanto, definirlos y enseñarlos
para que la creación de talento que
se espera de las aulas se oriente al desarrollo
de las capacidades tecnológicas,
pero también a que estas se
usen de acuerdo con el código moral
de nuestras Fuerzas Armadas.
Son muchas las iniciativas orientadas
al uso ético de las nuevas tecnologías
y, en concreto, de la inteligencia artificial19.
Todas coinciden básicamente
en la preocupación por el posible
uso inapropiado de las nuevas tecnologías,
en pedir un marco regulatorio
de la inteligencia artificial20 y en proponer
códigos de conducta basados
en principios como la prudencia, la
fiabilidad, la transparencia, la responsabilidad,
la autonomía restringida y
el papel humano.