casos se trata de «carruseles» instalados
en la base de la torre en los
que los proyectiles y sus cargas de
proyección se disponen en forma de
círculo. Un sistema de brazos y empujadores
los recoge y carga el cañón,
tras lo cual el carrusel gira para dejar
un nuevo disparo listo para la carga.
Se trata de un mecanismo robusto y
eficiente y, aunque tiene sus inconvenientes
(por ejemplo, reponer la munición
en el carrusel resulta un tanto
engorroso, y el desarrollo de nuevas
municiones está condicionado a las
dimensiones que admite el sistema),
permite una notable cadencia de tiro
y ha demostrado una gran fiabilidad.
Y un gran peligro. Todos sabemos que
los carros de combate están fuertemente
acorazados (aunque algún
veterano de nuestros AMX-30 seguramente
28 / Revista Ejército n.º 976 • julio/agosto 2022
estaría en desacuerdo), pero
la protección no es igual en todos lados:
se tiende a proteger con blindajes
más gruesos y eficientes las partes
más expuestas al fuego enemigo
(el frontal del casco, el frontal y, en
menor medida, los laterales de la torre,
etc.), pero en otras zonas el grosor
es considerablemente menor porque,
de lo contrario, el peso se dispararía.
Y los T-64 y T-72 no son una excepción,
claro: el frontal del casco está
dotado de un grueso blindaje compuesto
por capas de distintos materiales
y fuertemente inclinado, lo que
mejora su protección. En los frontales
de las torres también se usan materiales
compuestos, tan gruesos que en
el caso del T-72 forman unas notables
protuberancias o «senos» (debido a lo
cual el carro era apodado por los soldados
norteamericanos «Dolly Parton
») y, aunque en el resto del contorno
de las torres se emplean corazas
homogéneas, su grosor confiere a la
tripulación una buena protección casi
desde cualquier ángulo.
Pero no al carrusel de la munición
que, como decíamos, no está en la torre
sino debajo de la misma, de modo
que su protección se confía a las paredes
del casco, mucho menos gruesas
y, por tanto, mucho más vulnerables.
El resultado previsible es el «síndrome
de la torreta voladora»: si un impacto
penetra en el carro por la zona donde
está el carrusel es muy probable que
provoque una detonación catastrófica
de toda la munición, matando instantáneamente
a la tripulación y, dependiendo
de la cantidad de disparos
que aún haya en el carrusel, lanzando
la torreta por los aires y destruyendo
totalmente el vehículo.
El problema se puso de manifiesto
muy pronto en el T-72: la URSS lo
había exportado a diversos países
árabes e islámicos, incluyendo al belicoso
Irak, que empezó a emplearlo
(y a perder ejemplares) en su sangrienta
e inútil guerra contra Irán. La
fallida invasión iraquí de Kuwait y su
consiguiente derrota a manos de la
coalición internacional liderada por
EE. UU. volvió a ofrecer el espectáculo
de las torres de T-72 saltando por
los aires, y la invasión norteamericana
que puso fin al régimen de Sadam
Husein se acompañó también del espectáculo
de las «torretas voladoras».
No había torres voladoras de T-64,
pero simplemente porque ese carro
no estuvo presente en ninguna guerra:
la URSS no lo exportó y las unidades
que lo empleaban no participaron
en la invasión de Afganistán. Pero el
problema estaba ahí y tan grave, o incluso
algo más, por la disposición del
carrusel y del blindaje que en el T-72.
Pasaron los años y con ellos aparecieron
nuevos modelos de carros. O
no, según se mire: el T-80 era un desarrollo
del T-64 pero dotado de una
turbina de gas, un empeño personal
del mariscal Dmitri Ustinov que,
como era de esperar y siguiendo con
Primera y última versiones del T-64 (Boevaya Maschina).
Boevaya Maschina, licencia Creative Commons con atribución
Carrusel del cargador automático de un T-72.
Captura de un antiguo programa soviético de propaganda