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Revista del IEEE 6

178 Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) Núm. 6 / 2015 En relación a los riesgos y amenazas más importantes para Francia, el Libro Blanco los definía en su vinculación a zonas geográficas concretas, una novedad respecto a documentos anteriores. La primera era el arco de inestabilidad que se extiende desde la costa atlántica africana hasta el Océano Índico, con riesgos tan heterogéneos como la rivalidad entre sunitas y chiítas, el yihadismo, la fragilidad estatal, conflictos por el acceso a los recursos y la proliferación de armas de destrucción masiva. El África subsahariana, a pesar de sus recursos naturales y su potencial de desarrollo, continuaba lastrada por el fuerte crecimiento demográfico, el déficit alimentario y la conjunción de gobiernos corruptos y conflictos enquistados, convirtiéndola en otra fuente de riesgos. En tercer lugar, el Magreb, por su potencial desestabilización debida a la presión demográfica, a la emigración descontrolada, a los conflictos políticos y a la actividad yihadista. En el caso de Asia, la principal preocupación residía en los posibles conflictos entre tres estados con fronteras comunes y dotados de ingenios nucleares: China, India y Pakistán. Los riesgos que podrían cernirse sobre Francia, y sobre Europa, incluirían el terrorismo (convencional o con armas de destrucción masiva); ataques con misiles balísticos y de crucero; ciberataques; actividades criminales transnacionales; pandemias (propagadas por la movilidad internacional de personas y mercancías), efectos del cambio climático; catástrofes naturales e industriales o agresiones sobre ciudadanos franceses en el exterior. Vistas en conjunto, estas variables analíticas proporcionaban una visión estratégica mucho más amplia y variada que en cualquier documento oficial anterior, pero precisamente esa amplitud en el enfoque tendía a difuminar el papel preciso que las fuerzas armadas debían desempeñar en la nueva estrategia. El instrumento militar quedaba descolgado en relación a algunas de las amenazas, que más bien serían responsabilidad de los servicios de salud pública o de protección civil que de los ejércitos. Y la defensa pasaba a ser un instrumento más en el marco de las políticas de seguridad diseñadas por el gobierno. En consecuencia, la nueva estrategia de seguridad nacional establecía que el objetivo de la defensa era garantizar la integridad de la población, el territorio y los valores republicanos y contribuir a la seguridad europea e internacional. Los instrumentos para garantizar estos fines serían la política de defensa, la política de seguridad interior y seguridad civil, la política exterior y la acción económica.35 35  Además, esta estrategia se fundamentaría la anticipación y reacción, o la capacidad para operar sobre sorpresas estratégicas (acontecimientos imprevistos que alteran la seguridad mundial) y sobre rupturas estratégicas (acontecimientos que modifican de manera radical la seguridad de los estados), de forma preventiva y, en todo caso, modificando su evolución; la resistencia, o la capacidad de los poderes públicos y de la sociedad para enfrentarse a las consecuencias de una catástrofe o de una agresión, restableciendo cuanto antes la normalidad y la escalada de potencia, entendida como la capacidad para responder a cada situación con flexibilidad, según la entidad de la amenaza y de su http://revista.ieee.es/index.php/ieee


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