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Revista de Historia Naval 131

BERNAOLA MARTÍN ambas escuadras en Cádiz y después se dirigieron a Brest (72) con grave riesgo de exponerse al peligro de un enfrentamiento con la británica. La elección de Urquijo evidencia la intención de Carlos IV de no tolerar la menor injerencia francesa en su política interna, y Mazarredo, como embajador desde agosto de 1799 en París, será su hombre de confianza para proteger los intereses de la Marina española y, sobre todo, evitar exponerla a su destrucción en aventuras arriesgadas. En el nombramiento enviado al Directorio, Carlos IV se expresaba en estos términos de Mazarredo: «tenía la convicción íntima en que estamos de los conocimientos profundos, acreditado celo, larga experiencia y particular acierto con que el Teniente General don josé de Mazarredo se ha distinguido siempre en las importantes y delicadas comisiones que hemos confiado a su actividad, juicio y perfecta inteligencia de los mejores medios» (73). Desde Brest, donde dejará a Federico Carlos Gravina como comandante general interino de la escuadra, Mazarredo partirá el 24 de agosto de 1799 a París. A su llegada «todo fueron atenciones, queriéndosele influenciar con el halago, desconociendo su manera de ser: de las primeras demostraciones que le hicieron, fue regalarle una excelente armadura de Versalles (74)». Mazarredo apenas se reunió con el Directorio una vez, el 13 de septiembre. El máximo órgano ejecutivo francés delegó en el almirante Bruix para que discutiera con él los pormenores de un plan de invasión de Inglaterra, algo que nuestro hombre siempre consideró una entelequia. El golpe de Brumario, como veíamos, dio el poder Napoleón el 9 de noviembre. La derrota de la flota de Napoleón en Egipto, unida a la pérdida otra vez de la isla de Menorca a manos inglesas justo en noviembre del año anterior, cerraban un 1799 en el que la superioridad de la Royal Navy frente a la Real Armada y la Marine contrastaba con la de los ejércitos de la República, mandados por una generación de generales surgidos del Antiguo Régimen, aderezada con otros incorporados por la Revolución. Pero si estos se habían hecho con el control del continente, los almirantes ingleses eran los señores de los mares (75), así que Napoleón iba a necesitar la flota española si quería tener alguna posibilidad de hacer realidad la sucesión de planes pospuestos indefinidamente o cancelados, tales como la invasión de Inglaterra primero, de Irlanda después, el socorro de Malta —sometida al bloqueo británico desde que Bonaparte la tomara en el verano 1798—, o el rescate del grueso del ejército de Egipto, donde permanecían 40.000 hombres que habían sido transportados en la escuadra franceÍñIGO 29 acrecida como era natural, no habiéndose recibido en el intermedio más de medio millón de reales, imagine Vd. qual deberá ser ahora sin ningún ingreso posterior». (72) Véase, a propósito de la estancia de la escuadra en Brest entre 1799 y 1802, CARLAN, j.M.: Navíos en secuestro. La escuadra española del océano en Brest, 1799-1802. Instituto Histórico de la Marina, Madrid, 1951. (73) BARBUDO DUARTE, E.: Don José de Mazarredo…, p. 101. (74) Ibídem. (75) CEPEDA GóMEZ, j.: «El almirante Mazarredo…», pp. 68-69. 28 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 131


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