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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL MAYO 2016

Operación Alfa Kilo: 25 años del Ejército de Tierra en el exterior DOCUMENTO REVISTA EJÉRCITO • N. 902 MAYO • 2016  115  que es el bajón que aparece entre el día séptimo y décimo de la salida de casa. La «pájara» es fruto del cansancio acumulado, del cambio de hábitos, de la pérdida de intimidad y de las primeras añoranzas de los seres queridos. Se identifica siempre con una pregunta que uno se hace: ¿qué hago yo aquí? Cuestión pasajera y que el jefe de la misión debe saber gestionar con dotes de liderazgo. EL SERVICIO, EL TRIAJE Al principio, estuvimos un par de días casi sin asistencias (no se había iniciado el flujo de refugiados, tenían miedo), pero a partir del tercer día comenzó la llegada de camiones cargados de almas que parecían ciertamente salidas del infierno, tullidos, madres suplicantes, niñas cargadas de mocos y piojos, adultos enmohecidos por el hambre y las penurias, ancianos desvencijados por la desesperanza, la impotencia y el miedo, mucho miedo…, siempre presente. No fue fácil asistirles, pues todos necesitaban algo, pero eran demasiados, emboladas de refugiados llegados en helicópteros CH47 Chinook de la UHEL, autobuses… En fin, tras un primer tiempo de confusión, entendimos que solo debíamos atender a aquellos que estaban en peligro de muerte, así de duro, así es el triaje, el resto debería esperar a ser atendido a 30 kilómetros, donde se acababa de construir un asentamiento para 3.000 refugiados que contaba con servicios asistenciales, allí serían atendidos de las necesidades básicas imprescindibles. Nos llamó la atención que los pacientes más deteriorados eran niñas. Después, y a lo largo de otras campañas, corroboraríamos cómo en determinadas culturas es el varón el que recibe todas las atenciones disponibles en perjuicio del sexo femenino. LA ASISTENCIA MÉDICA Estábamos preparados para una atención general, muy orientados a la población adulta. Por ello la avalancha de recién nacidos y niños desnutridos, inmunodeprimidos, sépticos, con cuadros diarreicos y respiratorios muy evolucionados nos sorprendió, pues carecíamos de accesos venosos pediátricos y, sobre todo, de recursos y experiencia en el manejo de lactantes moribundos. Mantuvimos una hospitalización media de 20 camas, con picos de hasta 43. De ellas, tres estaban dedicadas a medicina intensiva pediátrica. El número de bajas que sufrimos en el hospital fue muy elevado, con la consiguiente quiebra de la moral de los profesionales, lo que obligó a hacer un triaje más selectivo y rechazar a los niños que venían en situación claramente terminal, en beneficio de la mayoría con expectativas de vida que acudían de manera continua. Algunos alumbramientos exitosos refrescaron el ambiente y nos infundieron una moral imprescindible. Alrededor de 8.000 personas fueron atendidas, en jornadas ininterrumpidas, en un esfuerzo conjunto de sanitarios y caballeros legionarios paracaidistas fundidos en un afán humanitario en el que cada uno dio lo mejor de sí mismo. En los archivos y en nuestra memoria quedan los cuadros clínicos más cruentos imaginables. Un niño es atendido por el personal sanitario


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