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ARMAS Y CUERPOS 132

Armas y Cuerpos Nº 132 87 Árbol Genealógico Pertenece este retrato a la pluma del secretario de los Reyes Católicos, Hernando del Pulgar, extraído de su «Crónica de los Reyes Católicos» , y aun obviamente condicionado por su carácter de áulico del príncipe, no puede ser más elocuente en sus apreciaciones, tras haber cribado y eliminado cualquier defecto en el cedazo de su dependencia de los diarcas. Persona que, evidentemente y por razones cronológicas, no gozaba de tan favorable y obligada condición era el humanista siciliano Luca Marineo da Badino, docente en la Universidad de Alcalá desde 1784, quien ha dejado también el siguiente retrato del monarca aragonés, en el que se adivinan algunas pinceladas románticas: «Era el Rey don Fernando de mediana estatura, tenía todos sus miembros muy bien proporcionados, el genio alegre y resplandeciente, los ojos claros y casi risueños, la barba venerable y de mucha autoridad, de ingenio muy claro y buen juicio, de ánimo benigno y liberal; en consejo muy prudente, en la costumbre afable sin ninguna pesadumbre, en el andar y en todos los otros movimientos del cuerpo tenía meneo de gran señor y verdadero rey. Era muy grave en todos sus hechos y dichos, cuya presencia representaba maravillosa dignidad. Por maravilla jamás le vieron airado ni triste. Era muy templado en el comer y en el beber. Jamás comía sin haber oído primero misa, y siempre un prelado o sacerdote bendecía su mesa y daba gracias a Dios después de comer y cenar. Desde su niñez fue muy buen caballero de la brida y de la gineta, ejercitándose en justas y juegos de cañas, en los cuales sobrepujaba y aventajaba a muchos otros caballeros fuertes y ejercitados en aquel ofi cio de caballería, porque era gran bracero y bien ejercitado en el arte militar. Sufría sobremanera los trabajos así de la guerra como de los negocios, favorecía la justicia y demandaba muy estrecha cuenta a los que la ejercitaban. Preciábase de la clemencia y humanidad cerca de los afl igidos y de los miserables. Era también muy gracioso y afable con las mujeres e hijos que tuvo; quería mucho y honraba a los hombres sabios y virtuosos, y tomaba en buena gana sus consejos. Y no menos amaba a los caballeros, en especial a los de su casa.» Los trescientos años que separan ambos retratos, coinciden en la sublimación de la realidad


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