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ARMAS Y CUERPOS 132

1ª parte Los comienzos El día 27 de febrero de 1927, el rey Alfonso XIII fi rmaba el Real Decreto mediante el cual la Academia General Militar se reabría en el campo de maniobras de su nombre en la ciudad de Zaragoza. Habían pasado treinta y cuatro años desde que se había cerrado en Toledo la “Inolvidable”, así llamada por sus alumnos los Caballeros Cadetes. La semilla prendida en aquellos jóvenes fue muy fuerte y la mayoría, por no decir todos, añoraban su reapertura. Las lecciones aprendidas de unión y compañerismo pedían que se retornase a esa enseñanza unifi cada de todas las Armas y Cuerpos. Desde muy temprano y una vez superado en parte el “Desastre del 98”, la idea de la reapertura rondaba por las mentes de no pocos ofi ciales. Uno de ellos, el primero que alcanzó el generalato, no dejaba de madurar la idea. Graves y convulsos momentos vivía nuestra España, en esos primeros años del s. XX, como consecuencia de la guerra de África. No podemos olvidar El Barranco del Lobo, la Semana Trágica de Barcelona, el Desastre de Annual y de Monte Arruit y la victoriosa operación del Desembarco de Alhucemas. Ese antiguo cadete de la Primera General de Toledo a que nos hemos referido era Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, que desde 1914 venía 94 Armas y Cuerpos Nº 132 acariciando la idea, aunque mucho antes, en 1904, con el general Linares, y en 1918 con el general Villalva Riquelme, hubo intentos de reforma de la enseñanza militar y de la reapertura, que no llegaron a buen puerto por causas diversas. Parecía que a la tercera debía ir la vencida porque muy pronto, en 1924, se nombraron comisiones de ofi ciales, algunos en la Academia de Infantería de Toledo, para que fuesen redactando los futuros textos que presumiblemente se iban a utilizar en la tan soñada Academia General Militar, aunque nadie sabía ni dónde ni cuándo se iba a producir esa reapertura. Ya desde hacía algún tiempo se había pensado en la ciudad de Zaragoza como sede de la nueva Academia, gracias sobre todo a la existencia de un magnífi co campo de maniobras, el de San Gregorio (antes llamado de Alfonso XIII), y al entusiasmo heroico que podía contagiar la capital del Ebro a los futuros cadetes. Cuando entre bastidores se fraguaban los planes de la nueva Academia, sus principales protagonistas se encontraban luchando en las campañas del Rif. Nos estamos refi riendo a su futuro Director, el general Francisco Franco, al futuro jefe de Estudios, el coronel Campins, y a los futuros profesores. Los dos primeros, y algunos más, no se enteraron de sus nuevos destinos hasta después de la fi rma del Real Decreto, que es cuando se formó una primera comisión organizadora.


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