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MEMORIAL ARTILLERIA JUN 2016

Historia 100 MEMORIAL ARTILLERíA, nº 172/1 - Junio de 2016 de terminar la trayectoria de un proyectil. Con ello se podrían responder a dos de las cues-tiones básicas de los artilleros: cuánto ha de levantarse el tubo de la pieza sobre el horizonte para que el proyectil disparado haga blanco sobre un objetivo situado a una distancia deter-minada, y con qué inclinación habría de efectuarse el dis-paro para que su alcance sea máximo. Tanto los artilleros como los ingenieros militares eran plenamente conscientes del poder que alcanzaría un ejército que lograra hacerse con estas soluciones. De esta forma, el conocimiento real de las trayectorias sería una de las claves de los fundamentos del tiro, y los más prestigiosos investigadores de la época ha-brían de volcar sus esfuerzos en su estudio. Desde la aparición de las primeras bocas de fuego, y a lo largo de casi doscientos años, el procedimiento de puntería –por ensayo y error–, consis-tía en disparar un proyectil e ir modificando la posición del tubo para alcanzar el objetivo, y limitándose en la mayoría de las ocasiones a realizar fuego con un ángulo sensiblemente próximo a la horizontal. Los avances que se fueron obte-niendo relacionados con el control de la potencia del dis-paro –una mayor fiabilidad en la interrelación entre el peso del proyectil, la cantidad de pólvora a utilizar en la carga de combustión, y el adecua-do ángulo de elevación del tubo, entre otros– y el lugar del impacto, provocaron que el estudio de las trayectorias adquiriese un mayor sentido. El interés por el movi-miento de un proyectil, no ... el procedimiento para el manejo de la pieza requería de dos artilleros, el que daba fuego y el que efectuaba la puntería, que debía agacharse inmedia-tamente “encomendando su alma al Santísimo”. obstante, no era algo nove-doso. De hecho, Aristóteles ya lo introdujo como parte de su argumentario sobre el movimiento o el cambio en general en sus obras Física (Libros IV y VII), y De caelo (Libro III). En siglos posterio-res, el debate sería modulado y enriquecido por dos cléri-gos franceses, Jean Buridan2 y Nicole Oresme3, y más aún a finales de la Edad Media, en que se incluyó en el cuer-po de la escolástica y en su posterior proyección sobre las teorías renacentistas. La principal dificultad que se presentaba al analizar el movimiento de un proyectil disparado por una boca de fuego residía que aún persis-tían ideas confusas respecto a lo que sucedía una vez que el proyectil salía del ánima y cruzaba el espacio. Con todo, la pretensión era poder pro-yectar nuevas máquinas de (2) Jean Buridán (circa 1300-1358), formu-ló la noción de inercia e introdujo el con-cepto o teoría del ímpetu o movimiento inercial –momento–, siendo precursor directo de Copérnico, Galileo y Newton en esta materia fundamental. El ímpe-tu, proporcional a la masa y a la velo-cidad, mantendría a un proyectil en su estado de movimiento sin necesidad de acciones ulteriores. La noción de ímpe-tu quedaría enmarcada en las doctrinas aristotélicas comúnmente aceptadas en el siglo xvi. (3) Nicolás de Oresme (circa 1323-1382) fue un genio intelectual de la escolás-tica tardía y, probablemente, uno de los pensadores más originales del XIV, considerado como uno de los principa-les artífices de la renovación medieval previa a la revolución científica moder-na. En su obra Tractatus de configuratio-nibus qualitatum et motuum se hallan sus contribuciones matemáticas más destacadas, entre ellas la introducción de un método para mostrar gráficamen-te las velocidades, con el que represen-tó el movimiento uniformemente acele-rado. No obstante, ha de señalarse que, por entonces, la carencia de instrumen-tal matemático adecuado constituyó un impedimento para que se pudiesen de-sarrollar los progresos en este ámbito.


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