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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 133

AGUSTíN PACHECO FERNÁNDEz Algunas velas caídas sobre cubierta debieron de incendiarse, porque el comodoro inglés tuvo que enviar un grupo de hombres a extinguir los incendios a bordo. Otros abandonaron sus puestos y corrieron a ponerse a salvo, aunque finalmente la disciplina fue preservada. Sobre las diez y media de la noche, con la King George totalmente a merced del navío español, hizo su aparición la Prince Frederick. Edward Dottin, su comandante, la situó a la aleta de babor del Glorioso y ordenó disparar, intentando distraer parte del fuego enemigo que se abatía sobre la embarcación de su jefe. A pesar de que Dottin había tenido la precaución de no ofrecer el costado de su nave a los grandes cañones de su oponente, los primeros disparos de este causaron tres heridos graves en su tripulación, dos de los cuales sufrieron la amputación de sus piernas. El duelo artillero se prolongaría todavía media hora más, hasta que, pasadas las once de la noche, el Glorioso se hizo a la vela. El corsario británico, a pesar de contar todavía con la Prince Frederick, que no había sufrido graves daños, decidió que habían recibido suficiente castigo y dejó marchar a su oponente. El enfrentamiento les había costado al menos dieciocho bajas —quince de ellas pertenecientes a la dotación de la King George—, entre las que se contabilizaron ocho muertos. Del lado español, los fallecidos serían tres y cinco los heridos. A las seis de la mañana del miércoles 18 de octubre, las fragatas Prince George y Duke, pertenecientes también a la Royal Family, llegaron al lugar donde se encontraba su comodoro. George Walker puso ambas naves bajo el mando del capitán Dottin, comandante de la Prince Frederick, y las envió en persecución del navío español. Cuando las tres embarcaciones se perdieron de vista en el horizonte, apareció por el este una gran vela que navegaba directo hacia la posición de Walker. Este se alarmó al pensar que podría tratarse de un barco enemigo ya que, debido al lamentable estado en que se encontraba su nave, no podría ofrecer ninguna resistencia. Afortunadamente para él, se trataba del Russell, un buque británico de guerra. El corsario envió una nota urgente a su capitán para informarle sobre lo ocurrido la noche anterior, advirtiéndole de que si forzaba la vela podría alcanzar al buque español. La voladura del Dartmouth Al amanecer, las tres fragatas corsarias, con el Russell algo más retrasado, navegaban al encuentro del Glorioso. Pero Messía, para evitar un combate tan desigual, ordenó arribar de vuelta al noroeste siguiendo la brisa diurna. A unas doce leguas al noroeste del cabo de San Vicente, los vigías del barco español descubrieron «otro Navío, que benia Ziñiendo el viento» para llegar a su encuentro. Una vez franqueado, el desconocido buque, que navegaba sin bandera, izó la danesa y viró para alcanzar a su oponente. Para hacer creer que era amigo, su comandante demostró conocer los códigos españoles de señales y ordenó disparar dos cañonazos pausados. Messía, receloso con la extraña maniobra, continuó su derrota sin inmutarse. 28 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 133


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