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LA LEGION 536

>> Colaboraciones el coche con el pequeño aspirante a legionario, cogí las cuerdas del toldo que tapaba la puerta e hice un nudo por dentro para que no se levantara el toldo cuando cogiéramos la carretera. Si el camino de ida fue largo, más largo se me hizo el de la vuelta, escuchando al pequeño entre mis piernas como lloraba por haber dejado a su madre allí. Llegamos tarde al campamento era casi la hora de cenar, salimos del coche y lo primero que hicimos fue presentárselo al teniente coronel. Después de mirarlo de arriba abajo le dio el visto bueno, aunque me dijo que no le gustaban las cabras lloricas, yo le conteste que andaba bastante asustada porque en el viaje, el toldo se soltó y solo hacía que dar golpetazos en la chapa del coche y era por eso por lo que estaba así. Una vez acabó el mal trago con el jefe, llego la presentación con los legionarios de la escuadra. Los pillé a todos dentro de una tienda preparándose para ir a cenar. Entré con la cría en mis brazos a la tienda y no tardaron mucho en quitármela de las manos, parecía un juguete, iba de manos en manos, todo el mundo la cogía, la acariciaban y hacían bromas con ella. Me di cuenta que fue bien acogida por todos aquellos legionarios. Dieron la voz de a formar y todos corrieron y cuando digo todos son todos, el pequeño ya se hacía hueco entre las largas piernas de la gente y oliendo las botas y pantalones conseguimos que estuviera callado, ya no lloraba, ya se le había olvidado los sentimientos hacia su madre, se sentía a gusto con todos nosotros. Después de cenar vino el gran dilema, ¿Donde iba a dormir la cabra, dentro o fuera de nuestra tienda? Hubo unos cuantos que me propusieron que durmiera fuera pero la mayoría de la gente que compartíamos tienda quisimos que se quedará allí dentro con nosotros a dormir. Y así fue, cogí mi esterilla, mi saco de dormir y al pequeño, y me coloqué al fondo de la tienda. Lo planté entre mis piernas y de allí no se movió en toda la noche, tenía alguna preocupación por si se escapaba en la noche cuando los legionarios se levantaban para hacer su imaginaria, que saliera con ellos y una vez fuera se perdiera, pero no fue así, el pequeño no se movió en toda la noche. Al día siguiente como no era de extrañar mi saco estaba húmedo y lleno de unas bolitas negras, pero eso a mí no me importaba, lo que realmente me importaba es que tenía que hacerlo bien con el animal desde el primer día. Después del desayuno se volvieron a activar las patrullas y los diferentes puestos y yo junto con la gente que quedaba de descanso formé una improvisada escuadra. En ese momento empezaba la instrucción individual de aquel pequeño aspirante. Desde un principio quería que se quedara inmóvil en un sitio pero eso era imposible. Pasaron las primeras del desayuno y el legionario de primera González hizo el relevo en el puesto y se acercó donde yo estaba. Cogió al pequeño y se lo colocó justo en su espalda, de forma que el animal estaba de pie apoyado en su espalda, erguido como siempre sacando pecho y fue cuando me dijo González: “Mi cabo póngase como yo y junto a mí” y así lo hice. Me agaché y coloqué las manos en mis rodillas dándole toda la espalda al animal y hombro con hombro con mi legionario, no tardó mucho en pasar a mi espalda, que rápidamente mi legionario se puso otra vez a continuación de mí y el animal lo entendió como un juego y fue saltando de espalda en espalda, esto lo vieron los demás y se unieron al juego. Llegó la hora de comer y antes de formar me dijo el teniente coronel que quería ver a la cabra desfilar desde lo más alto de aquella cuesta y me respuesta fue que a la orden. Nos subimos todos a lo más alto de aquella cuesta, todo el Grupo Logístico estaba formado frente al comedor y nadie de todos aquellos se iba a perder 58 536 · III-2016 La Legión


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