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BOLETIN SANIDAD MILITAR 28

2920H16ISTORIA Y HUMANIDADES HISTORIA Y HUMANIDAD2E0S16 29 No es semejante vivir la propia muerte que vivir la muerte de otros. Sobre la primera nada puedo decir como es obvio; sobre la segunda, aun siendo un tema tan extenso, es en al-guna forma a la que quiero dedicar esta corta meditación. El duelo es la crisis que sufrimos por la muerte de un ser cercano y sin querer, en esos momentos repasa-mos su vida y la nuestra; a todos nos pone en la reflexión de qué sentido tiene la vida, y por momentos tiende a humanizarnos y a solidarizarnos con nuestros semejantes. Este sentimien-to tiene su significado en personas y también en animales, la pérdida del vínculo o relación, aparentemente, no es sólo un sentimiento humano. Aunque el sentimiento de duelo pueda generalizarse en ciertos seres animados, podemos seleccionar y dis-tinguir algunos tipos no por el senti-miento, sino por la manera en que se producen: El duelo anticipado, si la perdida se produce de forma paulatina, en la mayoría de los casos da tiempo a la preparación, reparación y a la asun-ción del hecho inevitable. El duelo instantáneo, por lo ines-perado del hecho, es el caso de acci-dente o muerte repentina. El duelo tardío, que es cuando no se ha asumido con el tiempo por no haberlo tenido o por no admitir ese nuevo estado, en cuyo caso podemos hablar de un mal crónico o patológico. El duelo por amor universal, es el que sin tener relación con las perso-nas o hechos produce este sentimien-to humano y se ve reflejado en el amor por semejantes, animales o plantas; es el caso de guerras, catástrofes, violen-cia sobre seres humanos o animales, lesa humanidad, crueldad en el proce-so de muerte… etc. Todos los duelos que podemos sentir, son indicadores de amor hacia nuestras semejanzas, no puede ser de otra manera. El senti-miento de duelo va ligado al recuerdo, a la melancolía y al desamparo interior que crea la perdida por muerte o des-aparición de un ser o algo querido. La trascendencia de la vida está ligada a la persona que siente la ne-cesidad de trascender, llegado a este punto echamos mano de la filosofía: podemos pensar de diferentes mane-ras y aquí sí que la necesidad personal es muy importante. Podemos asegu-rar que hay personas que rezan cada día para que Dios exista y así encon-trar justificación a su existencia. Hay quienes las respuestas de Buda a este tema les satisface y encuentran en ellas la incertidumbre justificada (A tres personas, Buda contestó de ma-nera diferente sobre la existencia de Dios: a uno le dijo: Dios existe. A otro le dijo que Dios no existía. A un tercer interlocutor le dijo que se respondiera él mismo. Los observadores le critica-ron por su aparente incongruencia. Él respondió que todos ellos eran perso-nas diferentes y que cada persona se acerca a Dios desde diferentes luga-res: desde la certeza, desde increduli-dad o negación y desde la duda). Las formas de vivir el duelo o la ausencia de lo querido, con la tras-cendencia o no del ser humano, con la creencia o no en Dios, se ven alteradas y se viven de diferentes maneras. La existencia de Dios resuelve el duelo y es más llevadero si se cree o si se tiene la certeza en el destino trascendente. La vida y el duelo caen en el absurdo si la trascendencia no tiene sentido. La muerte trascendente mitiga el duelo y para el creyente no la enmas-cara, para este sí parece ser la pastilla contra el dolor del duelo, su fe. Mu-chos intelectuales se han planteado el momento de la muerte y han tratado de pensar en ella, sobre su sentido y trascendencia. Recuerdo cómo desde el lado de la fe y la trascendencia de-cía el desaparecido Padre Martín Des-calzo: Y entonces vio la luz. La luz que entraba por todas las ventanas de su vida. Vio que el dolor precipitó la huida y entendió que la muerte ya no estaba. Morir solo es morir. Morir se acaba Morir es una hoguera fugitiva… La desesperación que crea la des-aparición de lo querido, se viva o no de forma creyente debe servirnos para aprender a vivir, a la vez que rompernos el corazón debe hacernos sensibles a lo importante de la vida desechando lo superfluo. A ciertas edades todos tenemos experiencia en duelos; desde muy jóvenes los vi-vimos fijándonos en lo aparente, el lloro de nuestros mayores y la pena reflejada en su rostro. La muerte, para el creyente o no, si no enseña a vivir tampoco sirve de nada a los que vi-ven. El razonamiento de los hechos de la muerte tampoco consuela el duelo; aunque si ponemos razón a la sinrazón que representa la muerte mucho ha-bremos adelantado, la vida sigue y es así con dolor y con muerte. La edad, siendo la adenda que da sentido o costumbre a la vida, es mejor vivirla sin problemas, aunque siempre y de forma semejante, el dolor y el duelo llegará para todos en formas parecidas y tendremos que ocuparnos primero del dolor de los demás y después inexora-blemente del nuestro. La edad nos pone en estas circunstancias queramos o no y es mejor dulcificarlas con estudios y pautas aprendidas de comportamiento. Decía así el poeta brasileño Mario de Andrade cuando el tiempo le puso en esta situación de pensar en ello: Mi alma tiene prisa (Poema Golosinas) Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que hasta ahora… Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban po-cos, comenzó a saborearlos profundamente… El duelo es un sentimiento per-sonal que hay que pasar solos, colo-carlo en nuestras vidas y continuarla con ese nuevo compañero de viaje. De otra manera los duelos no resueltos pueden generar enfermedades psi-quiátricas y otros problemas de salud, de ahí la aseveración anterior de que los duelos deben enseñar a vivir y hu-manizarnos. De cualquier manera los duelos no resueltos desembocan en enfermedades, aislamientos, exclusión y marginación de la persona.


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