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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 911

Vista de la ciudad de Castro Urdiales REVISTA EJÉRCITO • N. 911 MARZO • 2017  93  SECCIONES FIJAS se dirigió a su dormitorio. De un cajón sacó una pistola, le puso un cargador con balas, y se la entregó a Arturo, el mayor de los hijos que aún vivía con ellos y que contaba 16 años. Le explicó cómo usarla y le dijo que montara guardia, con discreción y bien abrigado, en el balcón del primer piso. Al menor indicio de peligro debería disparar al aire, tras lo cual él vendría rápidamente en el coche junto con algunos de sus hombres. Era la primera vez que Arturo cogía un arma y sintió un escalofrío. Le pareció grande y pesada, pero se enorgulleció de la confianza y la responsabilidad que su padre depositaba en él. El teniente Moreno abandonó la casa para continuar durante una noche interminable su labor de prevención de sabotajes, incendios, agresiones, saqueos o asesinatos. Arturo, agazapado en el suelo del balcón, a oscuras, oculto a miradas exteriores, se defendía del frío y la humedad con una manta. En el interior de la casa todas las luces estaban apagadas, pero solo sus hermanos pequeños dormían. Su madre y sus hermanas rezaban. A eso de las tres de la mañana el cansancio y la tensión acumulada hacían muy dura la lucha por vencer el sueño. Algún petardo que de vez en cuando tiraban en el pueblo le ayudaba a mantenerse despierto. De repente oyó un ruido nuevo, como si alguien que estuviera rondando la casa hubiera tropezado con algo. El sueño desapareció al instante. Arturo se quedó inmóvil, en el más absoluto silencio pero con los ojos y oídos muy abiertos. A través de los barrotes del balcón, en medio de la oscuridad, distinguió unas sombras moviéndose muy cerca de donde él se encontraba. Pensó que era el momento de disparar, pero dudó. Nunca lo había hecho antes, aunque sí que se lo había visto hacer a su padre. Se preguntó si tendría fuerza suficiente para controlar el retroceso del arma, o si podría herir a alguien accidentalmente. Debía actuar rápido y así lo hizo. Dejó la pistola en el suelo, al lado de un tiesto con geranios. Cogió el tiesto con las dos manos y lo tiró por encima de la balaustrada. Los merodeadores, al oír el aparatoso golpe que produjo al estrellarse contra el suelo, se sintieron inesperadamente descubiertos y desaparecieron con rapidez en la noche. Aún no había amanecido cuando Manuel regresó a casa. Le contaron el incidente y, preocupado, decidió inspeccionar los alrededores en cuanto hubiese un poco de luz. Apenas había andado unos pasos cuando, en el suelo, junto a una pared próxima al lugar donde


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