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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 911

REVISTA EJÉRCITO • N. 911 MARZO • 2017  95  SECCIONES FIJAS Durante los primeros meses de la guerra, estuvo al mando de una sección del muelle del puerto de Santander encargada de la custodia de los presos concentrados en el vapor Alfonso Pérez. Tuvo la suerte de ser nombrado jefe del Detall y segundo jefe de la Comandancia, solo unos días antes de que se produjera el primer bombardeo de Santander. Este bombardeo causó unos 90 muertos y fue seguido por una represalia sobre los derechistas cautivos en el buque Alfonso Pérez, en el que fueron asesinadas 155 personas. Manuel ascendió a capitán con antigüedad de enero de 1937 y pasó el resto de la guerra en Santander haciendo tareas administrativas. Quién sí fue alistado fue su hijo Arturo. No participó en combates y solo temió por su vida el día en que, encontrándose de guarnición en Santoña, villa de la costa cántabra, unidades en retirada provenientes del País Vasco desarmaron a sus compañeros del ejército republicano y luego se pasaron con armas y bagajes al ejército de Franco. Cuando poco después las fuerzas republicanas fueron expulsadas también de la capital de Cantabria, el capitán Moreno desobedeció la orden de evacuación hacia Asturias y se quedó, ocultándose en el piso de un vecino, cónsul de un país centroamericano. Cuando se publicó una orden por la cual los mandos que habían servido a la República debían presentarse a las nuevas autoridades militares, la obedeció. Para su sorpresa, fue muy mal recibido. Lo que se esperaba de un capitán de carabineros al producirse el alzamiento era que hubiera abandonado a su familia y se hubiera unido al ejército nacional. Debía pagar sus culpas por no hacerlo. Fue separado del servicio, quedando sujeto a información y en situación de disponible gubernativo. Nuevamente se acordaron de las dichosas fotos de Manuel con Blas Infante y volvieron a buscarlas con ahínco, esta vez con la intención de destruirlas. Pero las fotos siguieron sin aparecer y pronto se volvieron a olvidar de ellas. Cuando llevaba cerca de un año esperando que se resolviera su situación, le llegó un oficio informando de que al día siguiente sería juzgado. Tenía suerte, puesto que no se le imputaba ningún delito de sangre. Por eso el fiscal militar no solicitaba para él la pena de muerte, aunque sí una condena a muchos años de cárcel. Le nombraban un abogado de oficio pero que debía defender en el mismo juicio a otros diecisiete imputados, para varios de los cuales sí que se pedía la pena capital. Así que no era probable que pudiera hacer mucho por ayudarle. Arturo había vuelto a casa y ante el drama que se estaba produciendo en su familia volvió a sentir la necesidad de actuar y rápido. Lo hizo y durante toda una noche recopiló documentos y escribió un extenso alegato en defensa de su padre. Era absurdo que tras una larga trayectoria profesional, intachable, siempre honesta y eficaz, pudiera acabar pudriéndose en una prisión por el simple hecho de haberse encontrado en Santander, y no en Sevilla o cualquier otro lugar, cuando estalló la guerra. A la mañana siguiente se lo entregó al abogado de oficio, que se sintió aliviado al ver la ayuda que recibía en su trabajo. En el juicio, el defensor leyó el texto preparado por Arturo y consiguió que a Manuel le condenaran a una pena menor que la solicitada por el fiscal. Aún así, la condena fue de 20 años de reclusión temporal por el delito de auxilio a la rebelión militar, curiosa acusación en su caso, que llevaba aparejada la expulsión del cuerpo de carabineros. Sin embargo, el propio auditor del Ejército disintió de la sentencia y esta fue revocada y reducida a 12 años y un día. Manuel inició un periplo por las cárceles de la provincia de Santander sufriendo el rechazo que el resto de presos republicanos dispensaban a los militares profesionales. Las duras e insalubres condiciones del cautiverio le provocaron una erisipela, enfermedad infecciosa que estuvo a punto de costarle la vida. Con Manuel en la cárcel, la familia sobrevivió en la posguerra con grandes penurias y desempeñando los más variopintos oficios. Hicieron desde tricornios para la Guardia Civil hasta decorados para escaparates. Todos arrimaban el hombro. El excapitán de carabineros Moreno se benefició de un indulto que le redujo la pena a 3 años y un día y a finales de mayo de 1940 salió de la cárcel. Luis Artiñano, el dueño del coche que había usado en Castro Urdiales para patrullar durante la huelga revolucionaria le dio un empleo temporal como contable. Para desgracia de la familia, un incendio que en febrero de 1941 asoló la ciudad de Santander tuvo como efecto secundario que los precios de


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