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BOLETIN IEEE 4

235 La expresión «Fuerzas Armadas» recoge en su misma formulación una relación con la tecnología; son fuerzas como se dice, pero significativamente dotadas de un elemento tecnológico, las armas, que las significa hasta el punto de entrar en su nombre y quedar consignadas como fuente del poder de los Ejércitos. Según Hegel1, «las armas son la esencia misma de los combatientes», pues como nos recuerda Engels en su Anti- Dühring, se precisan de instrumentos para la violencia. Prueba de lo trascendente de esta relación es que, los nombres de los pueblos no pocas veces se deriva del armamento que utilizan; así los nombres de anglos, romanos, germanos, cántabros provienen de flecha (angl), lanza (robar o gari) o hacha (cant); para más señas, arma viene de brazo (arm)2. En este sentido, Robert Adrey llega a afirmar: «no es el hombre quien inventó las armas, sino las armas las que crearon al hombre, cuando el joven género humano —se refiere al homo sapiens— triunfó sobre el Australopithecus africanus»3. El Mesolítico4 supuso una revolución tecnológica en materia de armamento que trajo la aparición del arco o la honda, pero solo en el Neolítico5 se combate de una manera organizada y por territorios definidos con un esfuerzo colectivo y total de las sociedades; es más, los primeros asentamientos protourbanos se producirán tanto como consecuencia del descubrimiento de la agricultura como de la guerra. Satisfechas las necesidades físicas, las necesidades de seguridad, segundo término en la pirámide de Maslow, quedan garantizadas por la existencia de excedentes de producción que posibilitaron la aparición de las «Fuerzas Armadas». Usando palabras de Walter Bagehot «la civilización empieza porque el principio de la civilización es militar»6. La tecnología se convierte así en un elemento cuyo análisis es capital para entender las causas, la evolución de las guerras y su resolución. 1 Schmitt, Carl. «Teoría del partisano» en El concepto de lo político. Alianza Editorial, Madrid, 1991, p. 187. 2 Alonso Baquer, Miguel. ¿A que denominamos Guerra? Ministerio de Defensa 2001, p. 16. 3 Ibíd., p. 51. 4 Ibíd., p. 237. 5 Ibíd., pp. 464-465. Giddens comparte esa opinión (Giddens, Anthony. Sociología. Alianza Universidad, 1994). De hecho considera que las guerras de las pequeñas sociedades son distintas ya que estas no cuentan con un estamento especializado para hacerlas, pues no tienen capacidad de almacenamiento; las sociedades del Neolítico sí cuentan con excedentes, lo que les permitía contar con personal especializado para hacer la guerra. (VV. AA. Apuntes de Polemología. Op. cit., Capítulo I.) 6 Baguehot, Walter. Phisic and Politics. Beacon Press, Boston 1956, p. 32. bie3 >ŽƐŵŝůŝƚĂƌĞƐLJůĂƚĞĐŶŽůŽŐşĂ &ĞĚĞƌŝĐŽnjŶĂƌ&ĞƌŶĄŶĚĞnjͲDŽŶƚĞƐŝŶŽƐ ŽĐƵŵĞŶƚŽĚĞŶĄůŝƐŝƐ ϳϮͬϮϬϭϲ ϯ


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