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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 914

REVISTA EJÉRCITO • N. 914 MAYO • 2017  41  Cultura pueda traicionar a la Patria. ¡Con ella! ¡Con la espada, no será posible! Verla en tal sitio de honor alegrará a los amigos; sus enemigos, enmascarados o descubiertos, la temerán en cambio, ya que sólo su presencia les hará retroceder en sus planes. ¿Qué espada escoger? ¡Búsqueda fácil! Pocas naciones cuentan con acero tan propio y tan alto levantado por las manos más excelsas. Dos son nuestros caminos: raíz y tradición. Raíz es sustento, y todas las raíces de que nacieron todas las españolas espadas vienen de una: de la celtíbera. ¡Vedla! Corta, para tener más cerca al rival que no se teme. Fuerte, como el brazo que la sustenta. Ancha como su destino. De dos filos, como el hombre, que también este Ileva en sí las dos vertientes tajantes de su vida, en la carne y el alma que lo forman. Tradición, es apego a nuestras más sublimes epopeyas. Santiago Apóstol blande la espada en nuestro pro y favor, en la lid memorable que tiene de humano el empuje y de divino la luz que la circunda y el Supremo paladín que la gana y con ello la evocación de nuestros más altos y claros gritos de combate, por todos bien conocidos: ¡Santiago y cierra España! ¡Por Santiago y por España! ¡Santiago, y a ellos! La espada de Santiago es la fe, el valor, la tradición. Es España». «ÁGUILA. Reina de los aires. Sueño de vuelo de todas las generaciones; envidia a las aves del hombre, y de los guerreros a la valiente señora del espacio. Ha gozado siempre de marcada ansia de emulación entre las gentes de armas. La naturaleza le da garras y tajante y acerado pico. Alas potentes que baten los aires con serena majestad, en aleteo apenas visible, que a la vez la cubren como escudo y la ayudan a aturdir, sofocar, ahogar al enemigo o la presa. ¡El vuelo! ¡El poder de subir a regiones de ensueño! ¡Tocar el azul! ¡Besar las nubes! Dominar la tierra con la vigía de su ojo perspicaz. Si un ansia militar puede haber por excelencia, el águila la simboliza. La de reinar muy alto sobre la tierra, toda ella campo de combate, palenque de eterna lid. Júpiter, deidad romana símbolo de la lealtad a la nación, la elige como emblema o símbolo propio para las legiones romanas, como “guía, ejemplo y adalid”, al darle la saeta, cuando el Dios supremo se apresta a la lucha. Porque águila es fuerza, temeridad, arrojo, ataque irrefrenable, tenacidad, promesa de vencer o de morir en la contienda. César, vencedor en las Galias, las pasea triunfadoras en la cúspide de los lábaros, donde Roma las pusiera para enseñorear al mundo. Los Reyes Católicos, águilas del cielo patrio, las adoptan para su escudo recordando al águila de San Juan. Y hasta el Evangelio se acoge al amparo de las alas regias de la emperatriz invencible de los aires y las nubes. Luego, los Austrias, cóndores del orbe con Carlos I y Felipe  II, las unen a las armas españolas. Con este signo, el aliento patrio pasea el mundo, de las cimas ingentes de los Andes a las remotas e ignotas aguas de los nuevos océanos, cuajados de islas, que al Oriente abren a la Cruz las nieblas de sus misterios. El águila, como sueño hoy realizado baja de lo alto y nos trae hálito divino. Por su abolengo es emblema señor, altivo y fiero, no tiene la majestad quieta, estática, estatua de los animales nobles de la tierra. Pero ninguno de estos da la impresión que ella de serenidad en el movimiento, de fijeza en la continuidad. ¡Móvil e inmóvil! ¡Quieta veloz! He aquí las frases que añoran fijar lo infijable de su sereno vuelo, sin tregua, sin pausa y siempre un punto en el espacio azul. He aquí también su significación para la patria. ¡El punto constante de su ansia, punto con serenidad, con fijeza inmutable, y siempre en movimiento, hacia el porvenir, en el azul infinito de los cielos!». Sobre todo lo acontecido en torno al concurso es el propio Martínez Friera quien nos describe detalladamente lo ocurrido, dedicando un capítulo de su obra a las circunstancias que dieron lugar a la «ELECCIÓN DE EMBLEMA»: «Impaciente esperaba la resolución oficial del concurso, cuando recibí escrito de uno de los jefes que formaban parte del Jurado nombrado para la elección, que, tras decirme que el concurso había sido declarado desierto y de indicarme que mis modelos de águilas habían sido seleccionados, me ordenaba, en nombre de la Superioridad, que presentara nuevos modelos a base de otros tipos de águilas, para entre ellos proceder a la elección definitiva. Sin tratar de mi satisfacción por distinción tal, que no he de encarecer aquí cuán grande pudo ser, tracé con verdadero entusiasmo los dibujos de águilas señalados en este artículo con los números 17 al 25. Fue elegido el que llevaba el número 22.


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