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46 ANA ARRANZ GUZMÁN castrenses84. Sin duda, la respuesta parece que ha de buscarse en los acontecimientos que se desarrollaron entre la muerte de Fernando I de Portugal en 1383 y el desembarco en nuestras costas de Juan de Gante, duque de Lancaster, en 1386. Por su matrimonio con la hija del primero, Beatriz, el monarca castellano reclamó tras su muerte la corona portuguesa, sublevándose inmediatamente el Maestre de Avis y proclamándose rey de Portugal. El enfrentamiento bélico, de tan catastróficos resultados para Castilla, no se hizo esperar. Con la derrota castellana de Aljubarrota en 1385, Juan I tomó conciencia de las reformas que precisaba su ejército. En ella, Juan de Avis y su jefe militar, Alvares Pereira, dispusieron sus tropas reforzadas con contingentes de arqueros ingleses. Su triunfo fue total, gracias a las tácticas de desorganización de las cargas de la caballería pesada enemiga mediante los fosos-trampa y la entrada masiva de arqueros, sirviendo de poco la superioridad numérica del ejército castellano. Aljubarrota, además, resultaría una batalla inusualmente sangrienta, al costar la vida a dos mil quinientos guerreros castellanos. Este desastre se incrementó más aún con la firma del tratado de Windsor en 1386, entre Portugal e Inglaterra, al propiciar la expedición a la Península del duque de Lancaster para hacer valer su matrimonio con doña Constanza, hija de Pedro I, y reclamar por ello la Corona de Castilla. Juan de Gante se intituló rey y desembarcó en La Coruña con el apoyo de dieciocho naos y ocho galeras portuguesas. El fracaso de la acción militar inglesa propició el acuerdo de Trancoso en 1387. Por él, el duque de Lancaster recibió una indemnización de 600.000 francos, una renta anual vitalicia de 40.000, concertándose también el matrimonio de su hija Catalina con el heredero al trono castellano, el futuro Enrique III. Ambos enfrentamientos conllevaron, por un lado, el grave empobrecimiento que cubrió el Reino, con una situación fiscal y monetaria crítica reflejada en las Cortes, que desembocaría en los disturbios acaecidos durante la minoridad de Enrique III; y, por otro, el que Juan I reflexionara sobre la utilidad de seguir manteniendo tanta caballería pesada, tras haber podido comprobar hasta qué punto la participación de arqueros ingleses había resultado providencial en la victoria portuguesa. La respuesta del monarca, casi inmediata, fueron los Ordenamientos de contenido militar presentados en Cortes. No obstante, L. Suárez ha considerado que las reformas emprendidas en este sentido por Juan I no sólo obedecían a su deseo de vencer final- 84  Un sencillo recorrido por el contenido de las propias actas de las Cortes celebradas por este monarca, con sus Ordenamientos sobre lutos o diversas leyes relacionadas con la excomunión o las fiestas religiosas, por mencionar sólo algunos ejemplos, muestran su sincero interés por los asuntos de carácter eclesiástico y religioso. Véase al respecto, Arranz Guzmán, Ana: La participación del clero en las Cortes castellanas…, en concreto, pp. 114-123. Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2017, pp. 46-58. ISSN: 0482-5748


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