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92 MAGDALENA DE PAZZIS PI CORRALES para evitar infidencias y abusos de las guardas, así como especial cuidado en su instrucción y cómo debe realizarse ésta. Pero las reiteraciones en las posteriores ordenanzas demuestran o permiten dudar de la eficacia de las guardas: se siguen denunciando los largos periodos de licencia concedidos a sus componentes, el escaso tiempo dedicado al entrenamiento y preparación para el combate, pues se manda que se haga a la vista de todos (en domingo y festividades) para demostrar su condición ante los paisanos y acababa con un refrigerio, todo ello más propio de un acontecimiento social que de un ensayo militar. No es de extrañar las numerosas quejas de los contadores reales por la prodigalidad a quienes organizaban tales actividades, quejas también que denunciaban la falta de parte de equipo, la escasez de caballos apropiados y la falta de idoneidad física mínima exigible. La verdad es que se desconocía la verdadera realidad en la que se encontraban las guardas. Aunque Felipe II, en la ordenanza del 73, le dio especial énfasis a su organización militar y orgánica, a partir de ese momento, en las siguientes que nos vamos a encontrar, no se ha hallado ningún documento que atestigüe que a esa ordenanza se le ha hecho un seguimiento en su aplicación. Por aquel entonces las guardas son mediocres, están faltas de equipo, mal pagadas y son de poca confianza en lo que se refiere a su nivel de preparación. Por lo que podemos observar hasta ahora resulta evidente el papel secundario que jugaron las guardas en los planes militares filipinos, una realidad que quizá pudo venir determinada porque se daba preferencia a los tercios (por ejemplo, algunos contingentes de las guardas estaban en la frontera extremeña en la conquista de Portugal), sobre el uso de “profesionales” en las empresas de envergadura. O que Felipe II estaba buscando otros medios de defensa que no fueran tan onerosos para la hacienda real como, por ejemplo, la movilización de las milicias, ya fueran señoriales o concejiles o recurrir a la milicia general. Otra causa puede ser su poca operatividad logística, pues no podemos imaginarnos la presencia de caballería pesada en las Alpujarras, por ejemplo. Y en el caso de Portugal, se hacía evidente el triunfo de la infantería, por lo que tampoco podemos pensar el camino desde Granada o desde Navarra a la conquista de Portugal por la propia mentalidad estratégica y táctica en la que se había planteado la invasión. A la postre, el monarca no puede solucionar el reto que constituía el arreglo de las guardas, una cuestión que queda pendiente y que legará a su sucesor con vistas a una reforma militar general que tampoco llega a realizarse y que ya Felipe III tuvo que plantearse en los primeros años de su reinado, estancándose y entrando en crisis en el resto del siglo XVII. De manera que la vida de las guardas recibió un sesgo poco previsible dos décadas Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2017, pp. 92-100. ISSN: 0482-5748


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