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para alcanzar los efectos deseados. En última instancia, son varias las consideraciones que influyen en la cuestión de cuál de los dominios de la guerra sufriría en mayor medida las consecuencias de la deficiencia de superioridad aérea. En primer lugar, la respuesta depende enormemente de las características particulares del entorno operacional de cada escenario. En segundo lugar, su influencia también depende de la fase específica de la operación en la que se centre el análisis. Finalmente, el propio concepto de operaciones multidominio descansa en la idea de que ninguna deficiencia (o fortaleza) afecta a un solo dominio aisladamente. Dicho de otra manera, la naturaleza altamente sinérgica y simbiótica de las operaciones conjuntas contribuye a asegurar que una deficiencia en cualquier capacidad conlleva múltiples efectos para las fuerzas conjuntas, que se hacen sentir a través de todos los dominios de la guerra. Estas consideraciones sugieren que no existe una respuesta definitiva a la pregunta de qué dominio se ve más afectado por la deficiencia de superioridad aérea porque, al fin y al cabo, la obtención de la superioridad aérea requiere el esfuerzo coordinado de todas las fuerzas conjuntas a través de todos los dominios de la guerra. Un sencillo ejemplo puede ayudar a ilustrar esta afirmación. Los componentes aéreo, naval y terrestre contribuyen a alcanzar superioridad aérea eliminando, por diferentes medios, las fuerzas enemigas que pueden interferir con las operaciones aéreas.12 Por ejemplo, la fuerzas conjuntas primero hacen uso de capacidades ISR (Intelligence, Surveillance and Reconnaissance) para encontrar aquellos sistemas que amenazan las operaciones aéreas aliadas. Esto incluye aviones, sus bases y todos los elementos del Sistema Integrado de Defensa Aérea (IADS, Integrated Air Defense System), tal y F-22 Raptor como emplazamientos radar, nodos de mando y control y sistemas de misiles superficie-aire (fijos y móviles). Posteriormente, las fuerzas conjuntas perturban, degradan y, en caso necesario, destruyen esos sistemas atacándolos cinéticamente mediante, por ejemplo, misiles balísticos guiados como el TLAM (Tomahawk Land Attack Missile), o fuerzas aéreas (basadas tanto en tierra como en portaviones). Otras fuerzas utilizan la guerra electrónica y determinadas ciber capacidades para degradar la habilidad del enemigo para utilizar en su beneficio el espectro electromagnético y el ciberespacio. Simultáneamente, los sistemas de misiles superficie-aire situados en tierra, y sobre buques de guerra, proporcionan un paraguas defensivo para las fuerzas conjuntas en todo el teatro de operaciones. Finalmente, aviones de combate (situados en tierra y desde portaviones) juegan un papel crucial interceptando y derribando aviones enemigos en vuelo que se presenten como una amenaza para las fuerzas aliadas. La conclusión obvia que se puede extraer de esta descripción simplificada de la consecución de la superioridad aérea es que, en todos los posibles escenarios, la deficiencia de superioridad aérea afecta en primer lugar al dominio en el que la misma existe. Es decir, al dominio aéreo. Sin embargo, el hecho de que esta deficiencia afecte al domino aéreo en primer lugar no significa que siempre le afecte también en mayor medida. Por ejemplo, en el escenario de Taiwán el objetivo de las fuerzas conjuntas sería disuadir, negar y derrotar a las fuerzas aéreas adversarias, impidiendo que ejecutasen ataques aéreos contra Taiwán. En este caso, el esfuerzo principal estaría centrado en el dominio aéreo, mientras que el dominio naval actuaría en un papel de apoyo desde las aguas que rodean la isla de Taiwán. Por lo tanto, en este caso, la deficiencia de superioridad aérea afectaría al dominio aéreo en primer lugar, pero también en mayor medida que al resto de dominios. En contraste, en otros escenarios la superioridad aérea no se presentaría como un fin en sí mismo, sino como un medio necesario para lograr una situación final militar deseada en un dominio diferente. REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Marzo 2018 147


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