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RGM MARZO 2018

sobran los ojos. Pero, excepcionalmente, otro bivalvo, la vieira, que se desplaza a bocados en el agua, tiene cientos de inquietantes ojos azules repartidos por los bordes de sus dos valvas. Y si he logrado convencer al lector de que el sentido de la vista es consecuencia del movimiento, añadamos que lo más lógico es que a más movimiento, a más actividad dinámica de la criatura, necesitará una mayor complejidad y perfección del ojo. Pues bien, el primer antecedente que hubo de un ojo son las manchas pigmentarias, unas células fotorreceptoras que muchos microorganismos, componentes del plancton, emplean para orientarse en las diarias migraciones verticales que efectúan subiendo (y también bajando) desde la llamada zona crepuscular (alrededor de los 200 metros de profundidad) a la fótica superficial, a donde claramente llega la luz solar, donde muchos de ellos aprovechan para efectuar la función clorofílica. Estas manchas pigmentarias, pues, solo necesitan diferenciar lo oscuro de la claridad y es el ojo más elemental que existe. Pero funciona: si veo luz, subo; si veo el panorama negro, me sumerjo. Y no necesitan más. Y cuando estas diminutas criaturas con gafas de sol vuelven a la zona crepuscular, buscando protección contra los depredadores de la superficie, se encuentran con otros que tienen ojos más avanzados porque en esa penumbra hace falta aprovechar los tenues y escasos jirones de claridad que llegan hasta allí, para localizar las presas, cazarlas y comerse a aquellos desgraciados que se las prometían tan felices creyéndose a salvo con coger el ascensor para bajar a esconderse en los sótanos de la mar. Y es allí donde nos encontramos con un pez espada y varios tiburones que poseen ojos del tamaño de una pelota de tenis y con algún calamar con ojos exageradamente grandes cuya estructura nada tiene que envidiar al ojo de los mamíferos terrestres en perfección. Incluso alguno riza el rizo y hasta existe un calamar que tiene sus dos ojos situados en vertical, es decir, un ojo mirando para arriba, para ver qué es lo que cae, y otro mirando para abajo, que no se nos escape ese maná que nos regala la capa superficial y que, de no frenarlo, se despeña hacia los RUMBO A LA VIDA MARINA En la zona crepuscular se encuentran seres con grandes ojos que, en el caso de los calamares, son casi tan perfectos como los del ser humano. La norma aquí es: «a menos luz, ojos más grandes». 280 Marzo


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