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ARMAS Y CUERPOS 138

a mí. Puedo verle los pliegues de la piel, sentirlo respirar, cabecea de un lado a otro, sé que son muy territoriales y rápidos a pesar de su gran tamaño, pero también sé que son herbívoros y no me va a atacar para comerme. Trascurren los segundos lentos dilatándose, en este tipo de situaciones no sabes cuánto tiempo pasa, hasta que el rinoceronte se mete en el río Rapti, lleno de cocodrilos, y se pierde de nuevo en la jungla. Donde los demás vieron un peligro yo vi una oportunidad y el viaje me regaló uno de los momentos más intensos. El 21 de abril, justo cuando llevo un año y un mes caminando alrededor del mundo, le pongo el punto y fi nal a mi travesía por Asia frente a un precioso atardecer en una playa paradisíaca de Bali. Frente a mí se extiende el tercer continente, Oceanía. Las áridas llanuras de Australia, aborígenes, serpientes venenosas, dingos y cielos estrellados me esperan. Hay fronteras donde apenas notas un cambio al cruzarlas. Otras, sin embargo, albergan grandes diferencias a cada lado de la línea. Tras varios meses atravesando Asia, continente muy poblado, ruidoso y barato, el contraste al llegar a Australia es tremendo: no hay absolutamente nada. O, mejor dicho, no hay centros comerciales, bares, casas, restaurantes ni apenas un signo de vida humana, pero sí hay muchas cosas: desierto, viento y soledad, tierra roja, termiteros, águilas y baobabs, canguros y cocodrilos, conversaciones con uno mismo, jornadas infi nitas caminando hacia el horizonte bajo un sol de justicia, aprendes a racionar el agua y la comida, y te vas asilvestrando paulatinamente, afl ora ese instinto de supervivencia, ese lado más animal que todos llevamos dentro y que es la única manera de sobrevivir en la naturaleza salvaje. Recuerdo varias noches despertarme de madrugada, acampado en mitad de ninguna parte, con dingos aullando alrededor de mi tienda. Antes de acostarte has dejado unos palos y unas piedras fuera de la tienda, un cuchillo siempre a mano que esperas no tener que utilizar, la comida atada en una bolsa a la rama de un árbol, las cremalleras de las puertas de la tienda perfectamente localizables para ser capaz de abrirlas en plena oscuridad… Esa noche no duermes mucho, con frecuencia las noches son más emocionantes que el día porque no ves y la imaginación se dispara. Como cuando dormí en los bosques con osos de Eslovenia, o mi tienda de campaña se llenó de hormigas en Tailandia. Luego, hablando con gente local australiana, te explican que los dingos son animales oportunistas y lo único que quieren es tu comida, saben que un enfrentamiento con un humano les puede costar la vida por lo que no corren el riesgo. Así que las siguientes noches que aullaban en torno a mi tienda pensaba: “Si solo son los dingos…” y seguía durmiendo plácidamente. Volcán Parinacota, en los Andes. 79 Armas y Cuerpos Nº 138 ISSN 2445-0359


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