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fuerza ni tomaron las debidas precauciones sino que siguieron al pie de la letra las normas dadas: Hasta el momento no lo habían necesitado hacer en otras transacciones. “En caso de que llegue a la bahía de Rio de Oro algún barco nacional o extranjero, mandará un bote a preguntarles si ocurre algo; si quieren desembarcar, lo permitirá, dejándoles cazar; pero con el encargo de no molestar a los naturales; si desean comerciar, lo autorizará mediante el abono de una cantidad prudencial por cada pieza de género, y que si le preguntaban con qué derecho lo hacía, contestase que como representante del protectorado español”7. Ataque a la factoría, marzo de 1885 En esos días Eusebio Pontón estaba enfermo y tenía que delegar muchas actividades en sus subordinados. Los tratos comerciales los estaban realizando el Tenedor de libros, Serafín Frutos, y el auxiliar Pedro Sánchez sin mayores problemas. Sin embargo, el día 9 llegaron otras caravanas de moros, formadas por 50 o 60 personas armadas. Lo hicieron con multitud de carneros y cabras, un antílope, un caballo y 40 o 50 camellos cargados de lana, que pensaban intercambiar con muselinas, mantas de lana, telas de colores, babuchas, jaiques, espejos, tijeras, navas, peines, etc. Sin embargo, los moros recién llegados enseguida comenzaron a discutir con los que ya estaban de una forma cada vez más airada, fundamentalmente por motivos económicos. Los empleados de la factoría, que estaban lejos de sus doce carabinas remington, se mantenían al margen de los grupos de moros, cuando de improviso, fueron atacados por todos ellos en número de al menos 60. En la refriega mataron a seis españoles: Serafín Frutos, Pedro Sánchez, el peón Antonio Darma, dos de los cuatro marineros de la goleta Caridad que habían bajado a tierra, y el cocinero del mercante Inés, de nacionalidad portuguesa. Hubo dos heridos, otro marinero de la Ceres, y el intérprete Javier Chamorro, se fi ngió muerto pero fue descubierto, apaleado y herido con una gumía (cuchillo curvo). Algunos de los moros que ya conocían a los españoles, al menos así ocurría con el peón José Lázaro, por llevar ya algunos días con ellos comerciando, obligaron a que la matanza cesase. Capturaron al resto de los miembros de la factoría con el ánimo de obtener algún rescate, aunque lo que de verdad perseguían era el salvarles la vida. El cautiverio, que duró dos días, hasta el 11 de marzo, fue dramático para los prisioneros. A Pontón, el jefe de la factoría, lo pusieron solo atado a una de las casetas. Desde este lugar podía ver con claridad la playa ensangrentada y los cadáveres de sus compañeros abandonados en la arena. El resto de los cautivos estaban atados por el cuello de dos en dos, e incluso de tres en tres, y todos creían a ciencia cierta que iba a correr la misma suerte que sus compañeros. No había en la zona ningún buque de guerra español que les pudiese socorrer y la bandera nacional, hecha jirones, estaba tirada en el suelo. Sin embargo, el mismo día 9 por la noche llegó al lugar un moro perteneciente a la tribu Ulab Bu Sbaa, dueña del territorio y temida en todo él, llamado Sid Ahmed El Vali es Shai. Los asaltantes pertenecían a la tribu Ulad Bu Amau y acataron las indicaciones del recién llegado, devolviendo la ropa a los prisioneros y dándoles agua y comida. Desde el día 9 al 11 de marzo, los moros fueron los dueños absolutos de los almacenes y de las casetas de tierra, aunque no intentaron capturar la Inés, que era donde de verdad se encontraba todo el cargamento de valor. Lo que hicieron fue pedir un rescate a cambio de la libertad de los españoles. El peón José Lázaro fue nadando hasta la goleta Inés, Grabado de una fotografía de Bonelli en Río de Oro. Convoy de carneros llegando del Adrar. La Ilustración Nacional, 10 de marzo de 1886. 94 Armas y Cuerpos Nº 138 ISSN 2445-0359


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