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Memorial_Infanteria_78

MISCELÁNEA Gaspar de Vigodet (Museo Naval) A su paso por Buenos Aires se decidieron a dar a su población la noticia de la captura del barco, para lo cual fondearon el día 11 en la bahía y dispararon varios cañonazos, siguiendo a continuación el camino hacia Montevideo, donde llegaron dos días más tarde. Recibidos Torres y Liaño por el gobernador, general Vigodet, fueron alojados en su palacio y seguidamente llevados al Coliseo para serles rendido un merecido homenaje. Permanecieron durante unos meses en Montevideo, donde formalizaron la donación a Fernando VII del queche y su cargamento, valorado todo en más de 40.000 pesos. Al mes siguiente, Vigodet nombró al sargento de dragones Domingo Fernández, ascendido a capitán, para sustituir a Ansay, a quien anunció que pronto sería recogido y llevado a Montevideo. A primeros de agosto entregó Ansay el mando y llevando con él a los prisioneros del “Hiena” y al bergantín “Amazonas” partió de Patagones, entrando en Montevideo el 7 de septiembre, donde fue recompensado con el ascenso a coronel. DE VUELTA A ESPAÑA Torres y Liaño embarcaron hacia España el 9 de octubre, llevando documentación del general Vigodet destinada a la Regencia, en la que solicitaba refuerzos para sostener Montevideo, llegando a Cádiz el 17 de diciembre. A los pocos días dirigieron Torres y Liaño una memoria a la Regencia relatando el estado en que se encontraba la plaza de Montevideo y la necesidad que tenía de recibir refuerzos y material de guerra con urgencia. 98 Muy pronto comenzó la Regencia a estudiar el caso de los tres españoles, para lo cual solicitó a Montevideo por real orden de 23 de noviembre declaraciones juradas de Faustino Ansay y de otras personas que residían en Patagones en el momento en que se había producido el apresamiento del “Hiena”. Fueron preguntados Francisco León, ministro de Hacienda Pública de Patagones, y Agustín de Orta Azamor, teniente coronel de Milicias, así como el vecino Luis Martínez. El primero de ellos declaró que en la captura del “Hiena” habían participado Joaquín Gómez de Liaño, el sargento Domingo Fernández, el vista José González, el soldado dragón Antonio Grafo, el soldado de Infantería José Chafino y el peón del rey Manuel José Silva, mientras que el resto de la tropa y varios vecinos de Patagones, siguiendo las órdenes de Domingo Torres habían conseguido apresar a la tripulación que había desembarcado. Agustín de Orta dijo no haber presenciado el apresamiento, pero que supo por los que habían intervenido en él la destacada actuación de Gómez de Liaño, que había dirigido la toma del queche, mientras Torres, auxiliado por el vecindario, apresaba al resto de la tripulación en tierra, y estado presente en la entrada en el fuerte de Patagones de cincuenta y tres prisioneros. Luis Martínez se presentó voluntario en unión de otros cinco vecinos, pero cuando llegaron al lugar de los hechos ya había finalizado la acción, obligando a los tripulantes que habían huido del queche a que desembarcasen y apresándolos; se mostró de acuerdo con los nombres de cuantos había intervenido en la misma, destacando la actuación decisiva de José González y los auxilios prestados por Faustino Ansay. Por último, las anteriores declaraciones fueron refrendadas por Ansay, quien no dudó en atribuir los mayores méritos a José González. Las declaraciones fueron presentadas al coronel Faustino Ansay con el fin de que informase sobre ellas y en el mes de abril de 1813 fueron remitidas a la Península. En sesión de 1 de julio de 1813 las Cortes presentaron a la Comisión de Hacienda los extraordinarios servicios de Torres y Liaño y su solicitud de que se asignase a ambos un sueldo de tres mil pesos anuales desde la fecha en la que fueron apresados. El 25 de julio siguiente dicha Comisión aprobaba la asignación, considerando que estos dos bizarros españoles tuvieron el valiente arrojo de asaltar con un pequeñísimo número de hombres el cuartel y sala de armas de la ciudad de Mendoza, y consiguieron en su virtud impedir los progresos de la Junta revolucionaria, que acababa de instalarse y subyugar a diez y ocho mil habitantes enseguida. Los insurgentes resentidos se empeñaron en la venganza, la que consiguieron arrestándolos en duras prisiones, y destinándolos al fin al último suplicio. Esta pena hubo de mitigarse por influjos particulares, y fueron conducidos entre innumerables riesgos y peligros a la costa Patagónica, a cuyo presidio fueron destinados por diez años después de haber sido despojados de cuanto tenían.


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