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Cultura antes esa agreste zona, y otros distintos seguirán viéndola después de ese día. En su blindado ambulancia, que también ha prestado apoyo sanitario a civiles —niños, mujeres y hombres de pueblos de la zona pasan reconocimiento médico— viajan la teniente médico María Dolores Muñoz, el alférez ATS César Muñoz Pantoja, el cabo Jorge Laiño y ella, Idoia Rodríguez Buján. Ha confirmado, con todos los días que lleva en Afganistán, aquello que les dijeron antes de salir de Pontevedra: «Afganistán es la misión más exigente que actualmente tiene el Ejército español y seguro que el tiempo no va a hacer sino corroborarlo». No se equivocaban. Tras unas horas de viaje llegan a la posición de partida, donde despliegan. Idoia suele salir por la trampilla que tiene encima de su asiento, pero esta vez sale por la rampa trasera. El sol luce, y las temperaturas se han hecho benévolas esa mañana. Mientras esperan nuevas órdenes los cuatro componentes del vehículo comienzan a recordar lo rápido que se les ha pasado la misión, y la cantidad de experiencias increíbles que han vivido. Recuerdan los primeros días, cuando tras limpiar el blindado le colgaron un par de ambientadores para quitarle el olor que tenía. «Vamos al combate, pero en perfecto estado de revista», dice la militar. Del mantenimiento del blindado se ocupa exclusivamente Idoia, no necesita a nadie que la ayude. Pese a su juventud tiene una fuerte personalidad. Es orgullosa y sabe que el vehículo es su responsabilidad; y así fue hasta el último día. Su blindado era el BMR ambulancia y de él iban a depender muchas vidas. No solo era conductora, también era sanitaria y estaba donde la misión se lo exigía; estuvo peleando por salvar vidas desde que llegó hasta que se fue. Los cuatro componentes del equipo médico, mientras esperan nuevas órdenes, recuerdan la tarde que un coche “suicida” se empotró contra uno de los BMR del convoy, hiriendo a varios soldados de la Coalición, y cómo les atendieron. Era la primera vez que se enfrentaban a una situación como esa; Idoia los trató con tal ternura que parecía que había estado haciendo eso toda la vida. En ese momento se escucha por radio la orden de inicio de movimiento. «Regresamos a la base» y se preparan para salir de nuevo. El terreno es riguroso con el movimiento. Los insurgentes no descansan. Tampoco Idoia, que permanece alerta mientras el convoy circula por un camino paralelo a la carretera 515. Al llegar a la altura del aeropuerto de Shindand toman una ruta alternativa, la carretera que une la 515 con el aeropuerto. Ella se siente como si fuese la primera mujer que pisa esa tierra. Lo es, porque esa tierra cambia cada día, supura nuevas historias de guerra cada hora y llena el aire de un silencio diferente cada amanecer. Su misión es ase- 74


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