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Presidentes de las Repúblicas ex-Soviéticas Tampoco ellas fueron ajenas a los sentimientos contradictorios que atormentaban a los combatientes: “Odiaba esos kishlak (…) desde los que, en cualquier momento podían dispararnos”. Se dieron cuenta que se habían equivocado de guerra: “Yo quería estar en la guerra, pero no en ésta, en la Gran Guerra Patria”. Y como el resto, regresaron profundamente dañadas: “Pero nadie comprenderá que hemos regresado enfermas. Dirán: ‘No es lo mismo que haber sido herido en combate’…”. Visión de madres y esposas Sin duda sus testimonios son los más conmovedores y a la vez más desgarradores del libro. El gran vacío que generó la muerte de sus hijos y maridos en Afganistán muestra la parte más trágica, por una especie de sentimiento de culpa en muchas ocasiones. Tal sentimiento provenía de cómo muchas familias, inculcaron en sus hijos los valores del comunismo: Tú hijo, serás un gran defensor de la Patria; Año 1985 (…) Sasha está en Afganistán (…) Estamos muy orgullosos de él, le adoramos: está en la guerra. Yo les hablaba a mis alumnos de Sasha, de sus amigos. Una vez sus hijos o maridos las abandonaban para ir a combatir, la angustia se apoderaba de ellas, por los relatos de aquellos que regresaban, los mutilados; y por la propaganda con la que el régimen bombardeaba sus hogares: Era 1981 (…) corrían algunos rumores (…) Pero que en Afganistán había una matanza, una carnicería, lo sabía muy poca gente. Por la tele veíamos el hermanamiento entre los soldados soviéticos y los afganos, las fl ores sobre nuestros carros de combate, a los campesinos besando la tierra que les concedían…. Pero es a la hora de recibir el cuerpo de sus familiares cuando sus relatos toman los tintes más trágicos por la forma en la que se les comunicaba su muerte y cómo les devolvían los cadáveres en ataúdes con una envoltura de zinc complicadísima de abrir por su peso, en las que en innumerables ocasiones lo único que había eran los pocos restos que quedaban de sus seres queridos, o la sufi ciente tierra para simular el peso de un cuerpo humano. Obviamente, ver el cadáver por última vez era imposible. Tampoco se les decía cómo habían muerto. Ni siquiera les dejaban grabar en las lápidas que habían muerto en Afganistán: Me sentaba al lado del ataúd y preguntaba: ¿Quién está ahí? ¿Eres tú, hijo?...Respóndeme, hijo. Tú creciste tan grande y este ataúd es tan pequeño… No me creo que mi marido esté aquí. Demostrádmelo. No hay ni una ventanita. ¿Qué me habéis traído? Muchas no pudieron superar sus pérdidas, en especial las madres solteras con un único hijo. Otras se negaban a aceptar la muerte de sus familiares. Sin duda las ausencias dejaron una huella muy profunda. Todavía alguna madre sigue esperando el regreso de su hijo: “No me he vuelto loca, pero le sigo esperando…” Conclusiones Afganistán fue una decisión política que supuso un gran esfuerzo económico y militar a la URSS en su ocaso. Pero, más allá de la pérdida de vidas y el martirio que generó tanto en los propios combatientes como en sus familias, fue una traba más a la supervivencia del régimen. La sociedad soviética vio cuestionados todos aquellos valores que se les había inculcado. De la noche a la mañana todo en lo que creían se derrumbaba como un castillo de naipes. Esto marcaría los años venideros de profunda crisis Diciembre - 2018 Armas y Cuerpos Nº 139 9


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