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Tropas_Montaña_002

T R O P A S D E M O N T A Ñ A Presentación / 5 Permíteme sufrido lector que comience por subrayar el ho-nor que supone, para este viejo soldado de montaña, poder escribir unas líneas en una publicación de nombre tan evo-cador como el de “Revista de las Tropas de Montaña”. Apro-vecho la ocasión para añadir, sin ánimo de agradar los oídos de nadie, que el único número, espero que el primero de una larga serie, me pareció estupendo. Al honor que mencionaba, tengo que añadir un sentimiento: el agradecimiento. Agradecimiento dirigido hacia el coronel jefe del RICZM 64 por un doble motivo; el primero, permitirnos a los que ya hemos tenido que apartarnos profesionalmente de estas Unidades que volvamos a pensar en ellas; el segundo por constatar que una de las características de los componentes de estas tropas, el compañerismo, sigue presente. También querría añadir al agradecimiento mi felicitación, con sana en-vidia, por la iniciativa de los actuales mandos de estas unida-des que, resucitando la revista de Tropas de Montaña, habéis hecho lo que otros, aun queriendo, no pudimos o no supimos llevar a cabo cuando formábamos parte de la “lista en revis-ta” de estas, en mi opinión, las mejores unidades de España. Para poder justifi car la califi cación que acabo de dar a las Tropas de Montaña, tengo que mostraros mi convencimiento de que cualquier militar que, entre las diferentes Unidades en las que haya estado destinado a lo largo de su vida pro-fesional, ha “sufrido” y “disfrutado” de unos años de trabajo en unidades de montaña, no solo no lo podrá olvidar nunca, sino que siempre se considerará a sí mismo como un soldado de montaña. Esa persistencia en la memoria se debe, en mi opinión, a que la capacidad para vivir, moverse y combatir en montaña y climas extremos no deja de ser otra cosa que la sublimación de la Preparación. ¿Por qué he utilizado el término “sublimación”? Porque la ca-pacidad de montaña es trasversal; es decir, supone un plus añadido a la capacidad inherente a cualquier infante, artillero o componente de cualquiera de nuestras tradicionales Armas y Cuerpos. Esto exige que, en cualquiera de las unidades de montaña, la instrucción sea doble, por un lado la común a cualquier combatiente y, por otro lado, la específi ca como sol-dado de montaña. Así, el cazador de montaña aúna el ser un buen Soldado de cualquier Arma o Especialidad y, además, dispone del plus de seguir siéndolo en un ambiente tan hostil y exigente como es la montaña, a la que siempre tendremos que enfrentarnos con humildad y sentido común. Decían nuestros viejos Reglamentos que el terreno monta-ñoso, por sus grandes desniveles, formas abruptas, escasez de comunicaciones y peculiar climatología, obligan al empleo de tropas, vestuario y equipo, materiales y técnicas, todos ellos, “especiales”. Esta especialización de las tropas y estos elementos específi cos son los que permiten a sus hombres y mujeres vivir, moverse y, llegado el caso, combatir en este medio. El orden citado es el preciso, primero ser capaces de vivir o sobrevivir y, después, moverse con la mayor efi ciencia que nos pueda permitir el medio, para, como colofón, estar en condiciones de tener una posibilidad real y aceptable de cumplir con la misión que les sea encomendada. Adquirir estas aptitudes y en presencia de un riesgo real y permanente, como el producido por los elementos incontro-lables inherentes a la montaña, exige de una preparación fí-sica, técnica y moral a prueba de las mayores exigencias. En defi nitiva, hacen del cazador un soldado austero, duro, resis-tente, sufrido, sensato y buen compañero; un soldado distin-guido y distinguible. El “vestido” y el material que, parafraseando a Calderón de la Barca, adornan el pecho del soldado de montaña y le acom-pañan en su permanente evolución como soldado “especial”, tienen que estar adaptados no solo al medio, sino también a los cometidos y las misiones a alcanzar. Nunca ha sido ni será lo mismo hacer una marcha por la montaña sabiendo que, al cabo de unas horas, vas a volver a un refugio cómodo y se-guro que, alcanzado ese mismo lugar, continuar allí, durante el tiempo que sea preciso, y cumpliendo unas misiones que pueden exigir incluso combatir. Las características del equipo y material que necesita un montañero civil no pueden ser las mismas que las del cazador de montaña. Nuestro cazador, además de permanecer sobre el terreno designado, ha de alcanzarlo transportando, quizá por sus propios medios, el armamento, la munición y todos los materiales esenciales; y hacerlo, además, sin perder la capacidad física y mental nece-saria para cumplir la misión encomendada. Las características del combate en montaña, implican, vol-viendo a nuestros viejos manuales: el fraccionamiento de las unidades y, por ende, la descentralización del mando; el empleo de efectivos reducidos, con el consiguiente problema logístico; la lentitud y penosidad del movimiento; la disconti-nuidad, mayor extensión en los frentes y menor profundidad en los despliegues; la necesidad de ocupar y conservar aque-llos lugares del terreno desde los que controlar las vías de comunicación; la facilidad para la infi ltración; la difi cultad de los apoyos y trabajos; la escasez de recursos. Como podemos fácilmente apreciar, estas características suponen una difi cul-tad añadida en todo tipo de cometidos y, por ello, una mayor exigencia en la instrucción, el adiestramiento y la enseñanza que convierten al cazador de montaña, en un “soldado espe-cial”, en un compañero extraordinario y en un hombre o mu-jer dotado de unos valores y espíritu distintivos. Leí una vez que “la Infantería es mayormente andar, dormir en el suelo y compartirlo todo”, y yo, ya por entonces viejo soldado, e ima-ginando que ese suelo donde dormir estaba nevado, pensé en vosotros, cazadores de montaña del Ejército de España. Manuel J. Rodríguez Gil Soldado de montaña PRÓLOGO


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